En busca de la Matrix

 Hace algunas décadas la película “Matrix” causo expectación y fue vista por multitudes porque, mediante un libreto magistral, puso de actualidad una de las preocupaciones más antiguas, más profundas y más apremiantes de la especie humana: ¿Qué es la realidad? Esa inquietud latente se transformó en meditación profunda y escrita en las manos de los grandes filósofos griegos y es así como el propio Platón lo plantea en su celebre símil de los cautivos que sólo pueden ver figuras proyectadas sobre el fondo de una caverna.  Fue una forma magistral de poner en duda la capacidad humana de conocer la verdadera realidad.

Desde entonces, y exagerando un tanto, se podría decir que ese tema marcó la historia de la filosofía que bien podría llamarse la historia de la teoría del conocimiento.  De allí en adelante toda la historia gira en torno a esa teoría e inminentes filósofos hicieron de ella el tema central de sus obras, como es el caso de Schopenhauer y su famoso libro “El Mundo como voluntad y representación”. 

También lo hace Oscar Wilde, en una forma que llega a parecer broma pero que es un pensamiento muy profundo planteado, como sólo un genio artístico, como él podría hacerlo. Este gran escritor plantea la duda de si existe realidad sin observador.  Lo hace en su maravilloso dialogo “La decadencia de la mentira”, en que directamente apunta a que la vida humana puede ser una simple convención de imágenes. 

Como podemos recordar, “Matrix” es un libreto basado en que todos los seres humanos en verdad no somos otra cosa que baterías que alimentan a una colosal computadora que nos convence de que vivimos en un mundo que llamamos real y que sólo es un programa digital. 

Yo no creo que seamos sólo imágenes creadas por un programa de computación, pero sí que creo que existe una Matrix en el sentido de un sistema universal, omnipotente y omnipresente que condiciona todo nuestro vivir de una manera que llega a aparecernos tan natural que ni siquiera nos damos cuenta de que existe.  En nuestro caso, ese sistema es el Mercado al que diariamente concluimos para “Vender” lo que tenemos y con ello ganarnos unos medios de pagos con los que adquirimos lo que necesitamos o deseamos.  Claro que no estoy aludiendo a lo que comúnmente llamamos Mercado y que es un lugar físico donde se puede adquirir con esos medios de pago cualquier cosa que necesitemos y que está a pocas cuadras de donde vivimos.  El Mercado al que aludo es el del mundo real al que TODOS vamos diariamente a vender nuestra “Mercadería” término que no significa una cosa material, sino que puede ser lo que sabemos, lo que nos enseñaron lo que poseemos como cualidades personales y todavía mucho más.  Todos, absolutamente todos, pasamos la vida vendiendo algo que va desde la capacidad de esfuerzo muscular del hombre menos dotado, hasta el pensamiento etéreo del mayor y más abstracto de los sabios.  A ese mercado vamos los profesionales, los operadores, los trabajadores, los políticos, los militares y, en general, todo lo que podamos imaginar como profesiones humanas. En ese omnipotente mercado se transa TODO, absolutamente todo, desde la caridad del sacerdote hasta las habilidades de un ladrón.  Y cuándo ya no somos capaces de vender nada, tenemos que vivir de los medios de pago que hayamos ahorrado y que fueron fruto de nuestro trabajo cuándo éramos activos.

Esa es la forma pesimista de ver al mercado, pero afortunadamente existen formas en que podemos transformarlo en un mecanismo de progreso y de libertad y ello porque tiene una regla que él mismo cumple rigurosamente que es del balancín de la oferta y la demanda.  Ese balancín nos permite “Inventar” nuevas necesidades que obligan al mercado a crear ofertas.  Prueba de ello que existe toda una inmensa industria en torno a la creación de nuevas necesidades, porque no es otra cosa que todo lo que llamamos publicidad y que es tan efectiva que nos convencen de que es una necesidad que dispongamos de algo que antes no existía sin que lo echaremos de menos.  Tal como ocurrió con la televisión, con los teléfonos y con muchos aparatos de ese tipo que hoy día consideramos imprescindibles y que, si recordamos, no existían antes y podíamos vivir tranquilamente sin ellos.  Y lo mismo ocurre con infinitas cantidades de objetos y tecnologías, ideas, sentimientos, doctrinas, etc., todos transformados en necesidades creadas por nosotros mismos.

Si, somos esclavos del mercado, pero también somos esclavos apatronados porque lo podemos dirigir para buscar una sociedad cada vez más próspera y más homogénea.  Lo que no podemos hacer es tratar de anular al mercado porque entonces se trasforma en un monstruo que nos azota con atraso y con miseria.

Orlando Sáenz Rojas