¿Es posible la cuarta oportunidad?

 

 

 

He viajado mucho en mi vida y me sería imposible rehacer todas las emociones que sentí al enfrentar restos de épocas grandiosas de la historia humana.  Pero sí que soy capaz de asegurar que sentí profundamente la melancolía que se me produjo ante el resto de glorias pasadas, como la que se siente al pasear por las ruinas del Foro Romano o los restos de las pirámides egipcias, del Templo de Luxor, el Valle de los Reyes, la Ciudad Prohibida de Pekín o la Cripta de los Reyes en El Escorial y las de los Zares en la fortaleza de Pedro y Pablo de San Petersburgo.  Hago este recuerdo melancólico porque es el que regresa a mi cada vez que desde las ventanas de mi oficina contemplo las otrora prosperas calles de Santiago ¡cómo ha cambiado Chile en los últimos veinte años! En que pocilgas se han convertido las calles de lo que fue la orgullosa capital de un país que ya rasguñaba los umbrales del pleno desarrollo y había reducido la extrema pobreza a limites desconocidos para países latinoamericanos.

 

La historia republicana de nuestro país registra tres periodos en que nos adelantamos a todos los hermanos latinoamericanos en la carrera por la prosperidad y la grandeza.  Chile fue el primer país latinoamericano en definir su identidad y eso fue obra fundamentalmente de un genio político llamado Diego Portales.  Se podría decir que él fue el primer chileno porque abandonó el sueño imposible de los Estados Unidos de América del Sur y nos dijo que pensáramos en Chile porque tendríamos que enfrentar el futuro distinguidos claramente de todos los demás.  Sobre esa base se construyó la institucionalidad chilena que, en muchos aspectos fundamentales, es el andamiaje básico de nuestra republica hasta hoy mismo.  En ese periodo, que cronológicamente se extendió entre 1830 y 1870, se decía que las potencias de continente residían en el ABC (Argentina, Brasil y Chile).

 

La gran ventaja que tomó Chile en estructuración y en progreso durante los gobiernos llamados de los decenios (José Joaquín Prieto, Manuel Bulnes, Manuel Montt y José Joaquín Perez), se fue acortando en los periodos siguientes porque empezaron a pesar la pobreza intrínseca del país y su baja población frente a la consolidación de estados vecinos muchos más ricos grandes y poblados. 

 

La segunda época de grandeza de Chile en que se adelantó a todos fue el periodo del auge del salitre que permitió que Chile fuera una potencia que llegó a ocupar países vecinos con un aparato de defensa que no tenía rival en esta parte del mundo.  Pero de nuevo la carrera se comenzó a perder con el invento de los nitratos sintéticos durante la Primera Guerra Mundial y Chile volvió a ser el país pobre y estremecido por conflictos sociales que punteaba con desventaja en la lucha por el progreso relativo.

 

El tercer periodo en que nuestro país se adelantó a los demás de la región fue cuando tuvo la audacia de abandonar el manejo económico basado en la política de sustitución de importaciones y abrió su economía al escenario del comercio mundial sufriendo todos los dolores de la trasformación para convertirse en el tigre de Sudamérica y alcanzar cifras de crecimiento económico solo comparable con los llamados “tigres asiáticos”.  Ese tercer periodo de grandeza abarco de entre 1985 y 2020.

 

Sin embargo, llegado a ese punto, la ventaja volvió a perderse bajo los frustrantes gobiernos de Bachelet, Piñera y sobre todo de Boric.

 

Ahora, en vísperas de una trascendental elección presidencial, la pregunta más candente es si existe la posibilidad de que Chile viva un cuarto periodo de grandeza.  Ciertamente que, si eso fuera posible, no será ni por su tamaño, ni por su población, ni por su riqueza, ni por superioridad militar, de modo que solo podemos aspirar a protagonizar una etapa de recuperación y progreso.  Eso dependerá fundamentalmente de las fuerzas morales que todavía conserva la nación y que se reflejaría en una voluntad de crecer, de corregir, de enmendar rumbos profundos y de hacer todo eso dentro de un marco democrático entendido como gobiernos que tengan como norma la democracia y la libertad ciudadana.  Personalmente, yo veo al país muy anímicamente mal dispuesto, en que la dura experiencia de decadencia sufrida en los últimos veinte años.  Las empresas que marcan la vanguardia del desarrollo hoy invierten más fuera de Chile que en el país porque han perdido la fe en el futuro de este, de modo que recuperar esa confianza inversora no va a ser nada fácil.  Lo peor es la falta de líderes que ha caracterizado la decadencia, tiempo en que han desaparecido los políticos talentosos y ha crecido la repugnancia por la actividad política en la juventud que es la etapa donde se forman los futuros caudillos.

 

Pero nunca hay que darse por vencido y también creo, personalmente, que Chile guarda una reserva moral que es capaz de levantarla y veo que asoman algunas figuras que prometen ser los lideres que nos sacaran del marasmo en que hoy nos debatimos.  Si eso se ratifica en la próxima elección presidencial, creo que existe un futuro, aunque ya tengamos el signo negativo de unas candidaturas parlamentarias que solo pronostican otro circo de tres pistas como órgano legislativo.

 

Orlando Sáenz