En mis tiempos, la primera noción sobre el funcionamiento de la economía en que se desarrollaría toda nuestra vida se impartía en las llamadas “preparatorias” que eran entonces el equivalente a la actual educación primaria. Y esa noción era la de la relación entre precios y demandas y ello porque se podía imaginar muy visualmente para un niño con el juego del balancín. Este juego, que aún subsiste, consiste en un largo tablón con asientos en ambos extremos y que está anclado en su parte media por una estructura que lo sostiene. Los niños ven prácticamente que mientras que uno de los extremos está tocando el suelo el otro alcanza la máxima altura y que se juega alternando esas posiciones. Era muy fácil, entonces que el profesor nos dijera piensen el precio de algo: cuando está arriba, la demanda está abajo y cuando está abajo, la demanda está arriba. Luego ya en los cursos de “humanidades” (equivalentes a nuestra actual Educación Media), en el curso de Educación Cívica nos enseñaban que se podía disminuir drásticamente el número de gente que fumaba o bebía en exceso mediante el alza del precio de los cigarrillos y de las bebidas alcohólicas recargándolo con elevados impuestos.
Por supuesto que, en la universidad, y en ciertas carreras, se podía aprender mucho más del funcionamiento de la económica hasta alcanzar la característica de una ciencia, pero siempre estimándose completamente valida y siempre vigente la regla del balancín referida al funcionamiento del mercado. Esto es tan así, que yo nunca creí que me enfrentaría con gente supuestamente ilustrada que se negara a aceptar su implacable funcionamiento.
Pero aquí estoy ahora, con verdadero estupor veo al Presidente de la República, a su ministro de Hacienda y a su vocera defender la bizarra tesis de que la ley del balancín no rige para el mercado laboral y que, por lo tanto, se pueden fijar condiciones mínimas de contratación que, sin importar su monto, afectan poco o nada al mercado laboral.
Inmediatamente uno se pregunta porque esos altos personajes del gobierno se exponen a que, al defender una tesis tan absurda, se convertirán en blanco de las refutaciones, críticas y hasta mofas de incluso sus propios partidarios ilustrados. Y la respuesta a esa pregunta nos ilumina mucho el funcionamiento de la política actual en nuestro país y de las causas que generan la correlación actual de fuerzas políticas.
En primer lugar, existe algo de verdad en que el encarecimiento del trabajo que ha decretado el actual gobierno ha tenido menos impacto en el mercado laboral que lo que hubiera debido. Pero ello ha sido fruto de una trampa cual es la paralela creación de puestos en la administración pública a precios absolutamente fuera del mercado. Hace pocos días se publicitó, con escándalo, el número de funcionarios y sus remuneraciones en ese ente absurdo que es la vocería de gobierno. Allí se nota nítidamente el esfuerzo por contratar gente inútil con salarios altísimos para disimular el impacto negativo de la elevación extemporánea del precio del trabajo.
Cierto es que se vive la circunstancia especial en que la candidata comunista a La Moneda ha tejido su vestidura amable con el gran logro que, como ministra del Trabajo, exhibe su aumento del salario mínimo y su rebaja en las horas de labor. De ese modo nada sería más fatal para ella que se llegara a comprender masivamente que esas “conquistas” son completamente perjudiciales para los trabajadores en los tiempos de estancamiento económico que se viven.
Si volvemos a revisar el número y los sueldos de la vocería de gobierno surge la seguridad de que esos “compañeros” contratados nada más que por su fidelidad política, cuando sean barridos de sus sinecuras por un régimen consciente, jamás volverán a gozar de esos emolumentos si es que se tienen que emplear en el sector privado que sí se rige por la ley de la oferta y la demanda.
Pero tal vez lo más valioso e iluminador que surge de la observación de la campaña emprendida por las más altas autoridades del sector económico en este régimen sea la claridad con que iluminan la razón de fondo del nunca desmentido fracaso de los gobiernos de izquierda en el plano económico. Se llega fácilmente a la conclusión de que ese fracaso reiterado surge de la errónea concepción de que el mercado, la moneda, el capitalismo y la radical diferencia entre los seres humanos en lo que habilidades respecta, no son opciones si no que son realidades ineludibles creadas por la evolución de las estructuras sociales. En otras palabras, nunca la izquierda ha llegado a comprender que esos son, para usar una expresión de la física, cualidades del campo y no son opcionales ni doctrinarias.
Por otra parte, Boric, Grau y Vallejo saben que existe una red que impedirá que se estrellen contra el suelo en su temerario salto para negar la ley de la oferta y la demanda. Esa red está formada por un tercio de los votantes en Chile que cree en todo lo que ellos les dicen porque no tienen ninguna capacidad de análisis. Es la cobardía del que sabe que “en el país de los ciegos el tuerto es rey”.
Orlando Sáenz