El debate que no vi

 

 No escuche ni vi el debate presidencial del miércoles 10 de septiembre, pero me comprometí con mis requirentes a explicar, con buenas razones, por qué no le había prestado atención a un evento del que medio Chile estaba pendiente.  Como me dio vergüenza confesar que había preferido escuchar un programa de música del maestro Gustavo Becerra, ahonde en el análisis de mis motivaciones profundas y descubrí que hay muy buenas razones para explicar mi abstinencia.

 

En primer lugar, porque creo firmemente que un debate entre ocho donde están algunos que no tienen nada que perder y algo que pueden ganar mientras confrontan a otros que tienen poco que ganar y mucho que perder porque son los únicos que están realmente aspirando a la presidencia, en esas condiciones, y ante público y tiempos acotados, ese debate no puede terminar más que siendo una inútil exposición de habilidades dialécticas y combativas.  Es el escenario menos adecuado para escuchar programas sensatos y bien fundados de como ejercer la más alta magistratura del estado.

 

En segundo lugar, asoma mi profundo respeto por el cargo del Presidente de la República.  A diferencia de muchos de mis compatriotas creo en la dignidad, importancia y majestad de esa magistratura y una de las causas de disgusto que he sufrido en los últimos años ha sido el verdadero “trapeo” que ha hecho Gabriel Boric de la dignidad del sillón que ocuparon Manuel Montt, El León de Tarapacá y don Eduardo Frei.  Ese respeto al trofeo en juego choca con la vacuidad de un debate que más se parece a un vitrineo de aspirantes en que abundan los de despreciable oportunismo.

 

En tercer lugar, me puse a recordar a todos los grandes hombres que he conocido y que habrían terminado muy mal parados en un debate como este.  Si fuera por habilidades dialécticas y polemistas, jamás habría llegado a La Moneda un prohombre como don Jorge Alessandri.  Carlos Ibáñez no sabía hablar y fue dos veces presidente de Chile.    Y lo mismo podría decirse de Augusto Pinochet.  Si por foros como este fuera, en la galería de nuestros presidentes estarían Radomiro Tomic y Julio Duran y nunca podrían haber estado hombres como Edgardo Boeninger o don Arturo Matte.  

 

Por último, me abstuve porque creo que si alguien cambia su voto por lo que escucho en un debate tipo circo como este es porque nunca entendió la seriedad y angustia nacional que rodea esta elección de la que debe emerger el presidente o presidenta que intentará, tal vez por ultima vez, levantarle la cabeza a Chile para lanzarse a la dura conquista del futuro.  Por todo lo señalado es que me abstuve de ver o escuchar el famoso debate para concentrarme en las ocasiones en que los candidatos tienen espacio y tranquilidad para referirse a las formas con que enfrentarían las grandes crisis que están destruyendo al país y para esa exposición estos foros no sirven para nada.

 

La leyenda dice que el califa Omar, cuando sus generales les informaron que habían conquistado Alejandría, y le preguntaron que tenían que hacer con la famosísima biblioteca que era una de las maravillas del mundo antiguo, contesto: “Si sus libros son contrarios al Corán, quémenla y si sus libros están de acuerdo con el Corán, es porque no sirve para nada y quémenla de todas maneras”.  En ultima instancia, yo hice lo mismo con el famoso debate y preferí escuchar la música de Gustavo Becerra.  

 

 

Orlando Sáenz