He seguido de cerca y atentamente el desarrollo de la vida política chilena durante los últimos 75 años. En ese largo periodo, he visto desfilar por La Moneda a
doce presidentes, a diez de los cuales conocí personalmente. En ese extenso historial, desfilaron ante mis ojos gruesos errores políticos cometidos por unos y por otros, y que tuvieron una
trascendencia capital en el devenir histórico del país.
Tan solo para nombrar algunos, aquí van ejemplos: el de Eduardo Frei Montalva, cuando consagró como candidato del continuismo a un afiebrado Radomiro Tomic, pese a
que contaba con varios otros con los que habría ganado la siguiente elección; el llamado que hizo Allende a las Fuerzas Armadas para integrarse al gabinete a fines de 1972; cuando Pinochet aceptó
la idea de un plebiscito que creía imposible de perder; cuando Ricardo Lagos eligió a Michelle Bachelet para sucederlo; cuando el PS desechó una nueva candidatura de Lagos para sustituirla por la
de Guillier; cuando Boric se jugó sus fichas por el triunfo del proyecto constitucional, también afiebrado, que elaboró una asamblea que podía controlar fácilmente y que terminó proponiendo ideas
que condujeron a su peor derrota y desmantelaron su programa inicial de gobierno.
Creo que todos estaremos de acuerdo en que ese listado de gruesos errores políticos modeló la historia de este desdichado país, y siempre para peor.
Con todo, creo que la competencia por el peor error político de la historia reciente de Chile hay que otorgárselo a Evelyn Matthei, cuando en una hora de increíble
ofuscación, se negó a participar en una primaria de una oposición. Su pretexto fue el que su campaña estaba muy redondeada en lo político y programático y que no estaba dispuesta a
arriesgarla en una competencia previa cuando estaba comprometida a llevarla hasta sus últimas consecuencias. Esa monstruosa ofuscación, en momentos en que las encuestas de opinión podrían
perfectamente anticipar un triunfo que le habría despejado completamente el camino a La Moneda tuvo consecuencias trágicas para ella, para la coalición política que la apoyó y las tendrá para el
duro camino que recorrerá el próximo gobierno, que todo hace presumir será el de José Antonio Kast.
Como consecuencia de ese fatal error, que fue vitoreado por los partidos que la apoyaban, no solo la han conducido a una derrota de primera vuelta verdaderamente
humillante y que, muy probablemente marcará el fin de su prolongada carrera política. Para su base partidaria de apoyo, esa opción ha significado la peor derrota de la derecha tradicional
chilena creo que en toda su historia. Pero lo peor de todo es que esa negativa a la primaria única de la oposición hizo imposible la lista única parlamentaria, con la que se habría podido
ganar solidas mayorías tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado. No se puede negar que, con la división de listas, la llamada derecha se dilapidó la certeza de lograr control de
ambas Cámaras y probablemente con margen suficiente para modificar la propia constitución. Eso pesará como una losa sobre el próximo gobierno que tendrá sobre sus hombros una tarea titánica
como es la de rectificar el rumbo global del país.
En realidad, cuesta imaginarse a políticos hábiles y con largas trayectorias permitiendo que se cometiera un error tan inmenso y tan evidente. Pero ese error
no solo demuestra una ofuscación política inenarrable si no que demuestra también que para los partidos políticos tradicionales eso de que pensar en Chile está primero es solo una palabrería,
porque lo que los mueve son sus mezquinos intereses personalistas y de corto plazo.
Como resultas de este monstruoso error, la izquierda no solo ha quedado a merced de su extremo más violentista, si no que con una representación parlamentaria que
no refleja en absoluto el magro apoyo ciudadano que no ha podido ni siquiera alcanzar el porcentaje de apoyo que tiene todavía el peor gobierno de la historia como es el de Gabriel
Boric.
En mi larga observación nunca había visto un gobierno que, a la hora de la siguiente elección, no tiene a nadie que lo defienda y muestra a su propia candidata
haciendo todo lo posible por desligarse de su herencia. Ahora vendrán las resacas que en cada casa política impondrá el resultado electoral. Desde luego se habla de la desaparición de
trece partidos y movimientos políticos que no alcanzaron ni a elegir cuatro diputados ni a reunir un 5% de la votación. Eso, sin duda, es un logro valioso porque elimina a esos aventureros
de la política que solo pretenden un bien pagado rol de bisagras “útiles” que hacen cada vez más difícil el logro de gran desacuerdo como los que necesita Chile.
Comentario aparte merece el tema constitucional, una sucesión de errores de procedimientos le han otorgado a nuestra actual constitución una categoría de texto
intangible que no se condice con la realidad del país y con su necesidad de reformas profundas en su sistema político, económico y judicial. El fracaso de las dos convenciones que vivimos
en los últimos años ha sido interpretado como una consagración definitiva de la actual constitución, ignorando que el fracaso fue procesal y que para nada cancela las necesidades de modernización
de nuestra democracia. Todavía hoy vemos llegar al Congreso a desconocidos con votaciones irrisoriamente mínimas y eso no es otra cosa que el signo evidente de una democracia enferma…
profundamente enferma.
Orlando Sáenz