De la pléyade de comentaristas, politólogos e influencers determinantes que existen en el país y que se expresan continuamente a través de los medios de
comunicación, hay algunos a los que yo respeto y leo regularmente porque me parecen serios, ecuánimes, sensatos y bien informados. En términos generales, no tengo grandes diferencias de
opinión con ellos, pero ahora está surgiendo una cuestión en la que no comparto la mayoría de sus análisis. Esa cuestión es la de atribuir el que llaman extremismo de derecha a un efecto
espejo de la radicalización de la extrema izquierda. Según mi opinión, ambos procesos de radicalización obedecen a mecánicas completamente diferentes.
Que la izquierda se radicalice precisamente durante un gobierno de izquierda es una reacción subconsciente natural a la frustración que les ha producido el
desempeño de este gobierno, del que retórica aparte no pueden sustraerse al juicio frustrante y negativo de su desempeño bajo cualquier parámetro que se elija para juzgarlo. El motor
político del actual gobierno ha sido el Partido Comunista y ya es notorio que en su propio interior surge la duda más destructiva de todas que se sintetiza en una pregunta: ¿es la sociedad sin
clases construible sobre una base de población urbana sin una muy radical dictadura? Como toda persona a la que se le derrumba la fe, la primera reacción es de tozudez y de radicalización
entorno a sus postulados. Ciertamente que ese proceso conlleva la eliminación del llamado socialismo democrático que, a su diferencia, desmayadamente insiste en edificar su socialismo sobre
las bases de mercado y capitalismo que se ve obligado a respetar.
En cambio, la llamada radicalización espejo de la supuesta derecha obedece a un proceso completamente distinto. Sin mayor unidad ideológica, esa
radicalización obedece a la alarma creciente por la multiplicación de las crisis que afectan al país y a la gravedad que algunas de ellas han alcanzado. Se trata de un sector que lo que
pretende es recobrar la seguridad, el crecimiento y la prosperidad que ya conoció en épocas anteriores y que se ha perdido, a su juicio, por los desaciertos visibles de los gobiernos
refundacionales. Ese sector no tiene una ideología basada en una visión compartida del mundo y de la sociedad y sus sentimientos se mueven al ritmo de lo que ocurre en la vida
diaria. Y ese sector, que abarca desde el joven que estudia y se inquieta por el futuro trabajado que le espera hasta el anciano que no saldría a votar si no estuviera verdaderamente
asustado. Ese sector es enorme y es el que va a decidir la próxima elección y ese sector está aterrado por lo que pasa en Chile y no anda buscando ni a un Trump, ni a un Bolsonaro, ni a un
Bukele, ni a un Milei, si no que está buscando a un candidato o candidata que creíblemente le propone soluciones acordes con la gravedad de los desafíos. Ese sector no es convencible de que
la lucha contra la delincuencia y el crimen organizado se gane con unas cuantas medidas que en realidad son más de lo mismo que se ha estado haciendo con la única diferencia de que el nuevo
mandatario o mandataria las aplique con mayor convicción de la que ha puesto en juego el actual gobierno que no puede ocultar cuan vulnerable es a la acusación de complicidad con la violencia
política.
Si repasamos las grandes crisis que afectan hoy a Chile, veremos cuan evidente es que no son solucionables haciendo más de lo que siempre se ha hecho ante las
problemáticas que las generaron. Por ejemplo, para solucionar el marasmo económico del país se necesita mucho más que un par de medidas tributarias y una agilización leve de la
permisología. Hasta el más optimista comprende que restaurar la fe en el país para atraer grandes inversiones que son las únicas que nos pueden sacar del pantano económico, se va a
necesitar mucho más que eso.
Y la lista crecería, si tuviéramos más espacio, a las crisis educacionales, a las de salud a la imprescindible reforma política, a la implantación de la verdad en
las cifras que nos van a mostrar que los gobiernos que se dicen de profunda sensibilidad social no han titubeado en respaldar un sistema tributario que, a través de los tributos indirectos,
destruye la poca capacidad económica de nuestras clases más postergadas.
En Chile son muy pocos los que siguen creyendo que la paz en la Araucanía va a poder restaurarse con los diálogos y entregas de tierras que por decenios se han
postulado. Lo que ocurre en la Araucanía ha llegado al punto en que se encuentra porque nunca se ha enfrentado el problema de los pueblos originarios con realismo y con consecuencia, de
modo que es un ejemplo sobresaliente de que hay males que no se curan con más de lo mismo.
En los últimos meses hemos visto la abrupta decadencia de la candidatura amable de Evelyn Matthei. A mí y a muchos como yo les habría encantado tener fe en
una postulación que está mucho más acorde con el Chile que conocimos, pero que hoy, con mucha pena, reconocemos que no es recobrable sin un profundo cambio de métodos y parámetros y,
desgraciadamente, Evelyn Matthei ha elegido ser la representante del más de lo mismo que lamentablemente se contradice con la gravedad de lo que ocurre hoy en Chile. El llamado radicalismo
de derecha en realidad no existe y lo que si existe es el acervo temor al abismo que tenemos por delante si no cambiamos a aquello de que a grandes
males corresponden grandes remedios.
Orlando Sáenz R.