Hoy la pregunta más usual que me hacen es la que encabeza este comentario. Se debe a que la degradación del cargo presidencial durante la actual
administración ha sido de tal calibre que ha cundido la opinión de que cualquiera puede llegar a La Moneda porque no se necesita para ello ni edad, ni educación, ni programa realista, ni empaque
de dignidad alguna. Basta con saber hablar un poco y el resto son solo viajes, escándalos encubiertos, repartición de puestos entre amigos y poco más. Existen, por tanto, infinidad de
candidatos a las próximas elecciones, algunos de ellos casi desconocidos, otros improvisados y una caterva también de pretendientes profesionales al cargo. Ante este panorama, y sabiendo
que hay más de trescientas personas buscando firmas para también intentar suerte, la pregunta que me llega tiene perfecta explicación y refleja el estado de degradación al que ha llegado la
democracia chilena.
En lo que a mi respecta, siempre he votado por el candidato que más me ha complacido como personalidad y como intenciones compartidas, aunque sea
parcialmente. Pero esta vez, estoy alterando mi costumbre e inaugurando un nuevo método de elección simple pero efectivo, que es el que recomiendo. Me he preguntado cual es para mí el
más grave problema que agobia al Chile de hoy y con el sentido común, apreciar cual creo yo que es el remedio más adecuado para el tratamiento de ese problema fundamental en el próximo periodo
presidencial. Creo de sentido común en algo que es obvio: la drasticidad de un remedio depende de la gravedad de la enfermedad. Si alguien me dice que va a tratar con paracetamol lo
que es una pulmonía, lo voy a desechar como médico. Y si de elegir presidente se trata, voy a desechar aquel que me ofrece ganar la lucha contra la delincuencia con algunos carabineros más,
una pizca de inteligencia organizada y un endurecimiento relativo de las fronteras en el norte. Ciertamente que no recibirá mi voto porque yo creo que el problema del orden público de lucha
contra el crimen organizado, contra la guerrilla orgánica en regiones del país y con una verdadera invasión incontrolada de extranjeros indocumentados y frecuentemente delincuentes, necesita
mucho más que lo antes señalado. No creo que haya muchos chilenos que en realidad piensen que la guerra contra la delincuencia se va a ganar con más de lo mismo que se ha estado
haciendo.
Mi preocupación con esa línea de pensamiento, es si esa guerra es ganable con las herramientas constitucionales que hoy ostenta la democracia chilena. En
verdad nada me complacería más que una repuesta afirmativa, pero querer no es poder y tengo serias dudas de que esa guerra pueda llevarse a buen termino sin medidas mucho más graves y mucho más
prolongadas que los que algunos optimistas suponen. Desde luego, pienso que no se puede ganar sin una operación uniformada de gran envergadura y acompañada de profundas modificaciones
jurídicas y procesales, medidas que ciertamente no son si quiera fáciles de procesar dentro del marco institucional.
La situación es igual de compleja si la prioridad entre la crisis está, por ejemplo, en retomar el crecimiento económico que es esencial para la recuperación del
país. Si hay un candidato que simplemente crea que para esa reactivación basta con hacer algunos ajustes en la permisología que nos agobia, tampoco tendría mi voto porque creo que esa
crisis requiere mucho mas que eso hasta el punto de la cuasi eliminación del engorroso proceso que hoy agota los proyectos escasos que existen. También en este caso tengo mis dudas sobre la
capacidad del sistema institucional actual para darle al ejecutivo las herramientas necesarias para proceder a profundas reformas tanto impositivas como de certeza jurídica que se requieren para
la anhelada recuperación de la inversión.
Ciertamente que cualquiera que sea la prioridad de la crisis, excluye el apoyo a cualquier candidato que de alguna manera implique la continuidad del actual
gobierno. Si esa prioridad es para la crisis de seguridad interna, no se puede confiar en la extensión de la forma que este régimen ha utilizado últimamente para tímidamente controlar la
delincuencia. No es posible ignorar que este régimen llegó al poder preconizando la tesis del octubrismo que consiste básicamente en el uso del desorden y la violencia para alcanzar metas
políticas. Desde ese punto de vista, el actual estado de inseguridad lo tiene como cómplice y para nada como solución. No se puede solucionar la delincuencia radicalmente porque el
propio régimen se acunó en ella y, de alguna manera, el delincuente es pariente ideológico de partidos políticos que, aun estando en el gobierno, preconizan la legitimidad de la violencia como
herramienta válida para obligar a cambios radicales del sistema político chileno. Son los mismos partidos que califican de democráticos regímenes como los de Cuba y Venezuela, con lo cual
los chilenos no tenemos nada más que oír para saber que no se puede contar con su ayuda para contener lo que es herramienta fundamental para sostener sus autoritarismos extremos.
Por eso es que mi respuesta a quienes preguntan por quien votar es la de primero hacerse una idea personal de lo que se necesita como programa de gobierno para el
próximo mandatario que ocupe los salones de La Moneda.
Orlando Sáenz