Pedro Páramo a la chilena

El martes 19 de diciembre, dos días después del famoso plebiscito del domingo 17, mi querida amiga Martita Olivos, viuda de mi camarada Federico Willoughby, me envió de regalo su libro “Mi Historia de su Historia”.  Tanto su generosidad como el libro mismo, me causaron hondas reacciones sentimentales porque me evocaron una etapa muy sensitiva de mi vida.  Pero creo que la principal razón de que este regalo me conmoviera tanto, fue porque llevaba horas meditando sobre una sospecha atormentadora que desde hace tiempo me asalta pero que se había exacerbado con el resultado de la consulta popular a que antes aludí. 

¿Existen todavía los soldados que defendieron a Chile en Rancagua, Cancha Rayada, Chacabuco y Maipú?  ¿Existen todavía los marinos que acompañaron a Arturo Prat en la epopeya de Iquique?  ¿Existen todavía los héroes de La Concepción, Yungay o Chorrillos? ¿Somos todavía el pueblo capaz de escalar el Morro de Arica para clavar nuestra bandera en su cumbre? ¿Existen todavía chilenos capaces de correr a las fronteras de la patria para impermeabilizarlas ante la invasión del extranjero delincuente que pretende ingresar clandestinamente?   Peor aún, ¿existen fuerzas para sobreponernos a las desgracias que nos afligen y para sacar a Chile de un declive cuyo final es su colapso? 

Debo confesar que el resultado del plebiscito del día 17 agudizó extraordinariamente mis dudas ante esas torturantes preguntas.   Y ello porque me resulta incomprensible que un pueblo que está pasando por un momento tan difícil y está tan amenazado por catástrofes inminentes en el plano de la seguridad, del progreso económico, del empleo y la previsión apoye por amplia mayoría permanecer en el “statu quo”.  Cualquiera diría que quien lo está pasando mal se atreve a probar un cambio, aunque no sea más que para reafirmarse a sí mismo.  Es grotesco que quienes se han pasado 40 años denigrando un texto constitucional, se movilicen para mantener su vigencia, pero es todavía más grotesco que los refuercen quienes están tan amenazados como para tratar de reaccionar e imponer un cambio de rumbos. 

Debo confesar también que el domingo 17, a caer la tarde, me sentí como Pedro Páramo, que ha recorrido mentalmente el país entero predicando la rebeldía ante lo que ocurre y creyendo que ha logrado seguidores, pero, al final de la jornada, recién se da cuenta de que todos sus interlocutores están muertos y él con ellos.  A veces hace mal haber leído tanto, porque el sombrío recuerdo de la gran novela de Juan Rulfo no es el mejor tónico para solventar mis dudas.  Peor aún, ese recuerdo me ancla aún más en una afirmación que he hecho públicamente en varias ocasiones, cuando he tachado de cobarde al promedio de mis compatriotas. 

No es solo la derrota del “A favor” lo que me hace sentir como Pedro Páramo. Es el acostumbramiento progresivo a la corrupción en el Estado, que hace olvidar la enormidad del caso fundaciones.  Es el acomodo a una inseguridad cada vez mayor a toda hora y en todo lugar.  Es la normalización de caminar al lado de delincuentes impunes.  Es la pasividad con que vemos destruirse nuestro sistema de salud y nuestro sistema educacional.  Es la indiferencia ante la fragilidad de nuestras fronteras.  Es la persistencia majadera en soluciones que vienen fracasando por decenios, como son las “mesas de dialogo” en la Araucanía y la pasividad ante los desmanes en los recintos educacionales que algún día le dieron prestigio a nuestro país.  Pero sobre todo, es la puesta de la otra mejilla cuando se nos ha vejado con el amparo a estafadores del Estado porque pertenecen a un partido político que apoya al gobierno de turno.

Un recuerdo muy especial del periplo a lo Pedro Páramo es el espectáculo que, con motivo de este plebiscito, ha dado el sector político.  Ni siquiera en las dramáticas circunstancias en que vive hoy Chile es capaz de guardar la disciplina mínima necesaria para oponer un frente compacto ante la pretensión de continuar adelante con políticas aberrantes.  ¿Es que le van aprobar alzas de impuestos a quienes dejan impunes los asaltos al erario público que practican sus propios partidarios? ¿Es que van a permitir que se destruya el sistema de salud y el de educación para darle el gusto a los que no desean otra cosa que la demolición del sistema libertario que ha caracterizado a Chile por más de dos siglos? ¿Es que van a permitir el asalto a los fondos de pensiones que gran parte de los chilenos ha acumulado en años de sacrificio? ¿Es que para este mundo político es más importante la bastarda disputa por las papeletas electorales de los próximos años que los terribles problemas que hoy afligen a los ciudadanos? 

Creo que el mítico Pedro Páramo de Rulfo se sentía mejor que yo hoy cuando constató que su búsqueda del padre era inútil porque hasta él estaba muerto.  Y ello porque los pueblos incapaces de defenderse también están muertos y no vale la pena preocuparse de ellos.

Orlando Sáenz