Para vivir con libertad y progreso

Todo sistema funciona si sus hipótesis básicas se cumplen.  Una radio a pilas, por ejemplo, es un sistema simple de una sola hipótesis básica, que es la de las pilas vigentes colocadas en el lugar adecuado.  El sistema de gobierno que llamamos democracia, es uno complejo de varias condicionantes.  Como supongo que comparto con mis lectores el deseo de dotar a nuestro país de una democracia vigorosa y operante, les propongo repasar los condicionantes básicos del sistema para ver cómo podríamos mejorarlos y ponerlos en condiciones de óptimo funcionamiento.


Un condicionante básico de la democracia es que exista un cuerpo ciudadano, depositario de la soberanía, capaz de delegarla para su administración en mandatarios capacitados.  Para ello, según su definición básica, ese cuerpo  ciudadano debe hacerlo en elecciones libres, informadas y responsables.  De inmediato nos surge la vinculación estrecha entre esas condiciones y el nivel educacional.  En la medida de que el cuerpo electoral no sea libre, informado y responsable, la democracia no funcionará o lo hará en muy malas condiciones.  Basta este elemental análisis para comprender la estrecha relación que existe entre el mal funcionamiento actual de nuestro sistema democrático y el colapso educacional que ha sufrido el país en las últimas décadas.  Si queremos corregir eso, debemos solucionar ese déficit educacional y estudiar cuales medidas nos pueden garantizar un cuerpo electoral capaz de la delegación responsable de la soberanía.


Asentado el axioma de que el éxito de una democracia depende, inequívocamente, de la calidad del cuerpo electoral, comprendemos que ya los griegos del siglo V AC lo vieron así cuando generaron el primer sistema de gobierno democrático de la historia.  Claro que, para asegurarse la calidad de ese cuerpo electoral, tomaron medidas que hoy serían imposibles y atrabiliarias, como la de limitar la ciudadanía según antecedentes familiares o niveles de fortuna.  Pero la idea central sigue siendo perfectamente válida y existen formas simples y muy democráticas de lograr un cuerpo electoral de razonable nivel de calidad que, como hemos visto, es condición indispensable para un sistema democrático eficiente y capaz de hacer progresar a una nación.  Si estuviera en mis manos implementarlo, tomaría dos medidas elementales: limitaría el padrón electoral obligatorio, automáticamente, a quienes obtuvieran la licencia de educación secundaria, sin requisitos de edad.  Limitaría el acceso a las candidaturas de elección popular a quienes tuvieran un grado de educación superior en instituciones reconocidas por el estado, ya sean de carácter universitario o técnico.  Estoy plenamente seguro de que bastaría eso para garantizar una delegación responsable del ejercicio de la soberanía y estoy también seguro de que ese cuerpo electoral jamás le entregaría el poder de una nación moderna y civilizada a payasos como Maduro o Castillo, ni a boletos de la lotería como Boric.


Otra condición indispensable para el buen funcionamiento de un régimen democrático es la calidad de la constitución que lo regula.  Y, para disponer de una buena constitución, hay que regular cuidadosamente el equilibrio de los poderes del estado.  Volviendo a las experiencias de la Atenas del siglo V AC, ella descubrió lo esencial de que nunca puede haber democracia cuando un poder del estado se convierte en hegemónico.  En los ensayos para definir la democracia, habían ellos pasado por la llamada “etapa de las tiranías” durante el siglo VI AC.  Para esa etapa, la palabra “tiranía” tenía una acepción completamente distinta de la actual, puesto que aludía al poder ejecutivo asumido por un caudillo que cristalizaba el deseo del pueblo de acabar con los regímenes aristocráticos de la etapa anterior.  Pero, si bien la entrega del poder supremo a estos “tiranos” democratizantes  fue un gran avance, redundó en la fácil conversión de ellos en dinastas despóticos, que fue cuando el término asumió sus connotaciones actuales.  De esa penosa experiencia, los demócratas atenienses derivaron la convicción de que solo un sistema de poderes equilibrados era capaz de proteger y prolongar una verdadera democracia.  Es fácil comprender que esa sola condición, también indispensable, basta para descalificar las propuestas que hoy discute nuestra Asamblea Constituyente, en que estoy seguro que a lo menos la mitad de sus miembros no alcanzan ni siquiera a calificar como electores en el sistema de requisito educacional que propongo con la absoluta seguridad de que no será atendido a pesar de su evidente lógica.


Un tercer aspecto que habría que abordar para obtener un régimen democrático eficiente es el del fraccionamiento de las corrientes de opinión frutos de la incultura generalizada y del demoledor efecto de las redes sociales incontroladas.  Este es un fenómeno bastante general y que es la causa fundamental de la decadencia del sistema democrático a nivel mundial porque está inutilizando el funcionamiento de los cuerpos colegiados, como son los parlamentos.  Un parlamento fraccionado en múltiples corrientes, deja de ser funcional porque solo es capaz de despachar “leyecitas” circunstanciales y es inútil para grandes acuerdos estructurales.  Una buena reforma tributaria, o electoral, o de reorganización del estado, ha dejado de ser posible con los parlamentos de hoy día, aún los de los países más evolucionados.  Esa inutilización de los cuerpos colegiados está matando a las democracias y, de no ser corregida, dará paso a una era de gobiernos autoritarios porque, a la larga, los países no mueren fácilmente y terminan aceptando tiranías ante la alternativa de disolverse.  Comprometo otras reflexiones sobre la forma de abordar este monumental desafío del mundo moderno.


Estoy consciente de que en esta reflexión estoy planteando problemas de no fácil comprensión y alcance, pero que, al mismo tiempo, son vitales de modo que, nos guste o no, tendremos que resolverlos si queremos vivir en libertad y en prosperidad.


Orlando Sáenz