La marcha de la locura

La gran escritora e historiadora Bárbara W.  Tuchman, celebrada principalmente por su obra maestra “Los cañones de Agosto”, es también la autora de otro libro magnifico titulado “La marcha de la locura”.  Si el propósito de aquel fue repasar, en forma insuperable, la sucesión de actos y decisiones que, como en una tragedia griega, condujeron a la Gran Guerra que destruyó un mundo resplandeciente, la tesis de éste es demostrar cómo el mundo, tal como ahora lo conocemos, es, en gran medida, la consecuencia de políticas en que se han empecinado gobiernos sin reparar, a pesar de las evidencias, en que eran contrarias a sus propios intereses.  

 

Y la Tuchman eligió maravillosamente sus ejemplos probatorios: la política de los Papas del Renacimiento que precipitó la Reforma, la ceguera de la monarquía inglesa que provocó la Revolución Americana, las decisiones del gobierno norteamericano que condujeron al desastre de Vietnam, etc..  Pero los ejemplos de ese tipo abundan de tal manera que ella podría haber escrito varios tomos al respecto.

 

Si la Tuchman todavía viviera, la Bolivia de Evo Morales le habría proporcionado una perla para agregar a su “Marcha de la locura”, puesto que es un ejemplo aplastante de cómo se puede perjudicar gravemente a un país cuando sus gobernantes emprenden una ruta descabellada para resolver un problema y se empeñan en proseguirla pese a todas evidencias.

 

Cualquier análisis racional y sensato del problema de la mediterraneidad de Bolivia lleva a la conclusión de que admite solo dos soluciones posibles: o la reconquista militar o una negociación inteligente, imaginativa y viable con Chile.  En lugar de eso, el gobierno del Presidente Evo Morales embarcó a su país en el camino de lograr que la comunidad internacional “castigara” a Chile con la entrega de un territorio marítimo al oeste de las fronteras trazadas por el tratado de Paz y Amistad suscrito por ambos países en 1904.

 

Para que la comunidad internacional “castigara” a Chile de esa manera, tendría que, de uno u otro modo, directa o indirectamente, revisar y alterar ese tratado.  Pero ocurre que casi todas las fronteras entre estados que existen hoy día han sido definidas por tratados similares a este, y la mayoría de ellos son más antiguos y fueron muchos más forzados que lo que éste podría haber sido a casi un cuarto de siglo después del conflicto bélico en que Bolivia perdió su litoral.

 

Si esperar que la comunidad internacional obligara a Chile a vulnerar ese tratado es una locura, no lo es menos esperar que forzara una negociación con resultado garantizado, lo que equivaldría a la misma alteración del susodicho tratado.

 

Vistas así las cosas, no puede quedar duda de que el camino escogido por el gobierno de Morales es un muy calificado candidato para figurar en el segundo libro sobre la materia de “marchas de la locura” que la Tuchman no alcanzó a escribir.  Y ello porque ese presidente se pasó años creando anticuerpos con Chile a través de ofensas, sarcasmos y declaraciones radicales y amenazantes que lo han descalificado como interlocutor válido para una negociación rodeada de buena voluntad.  De esa manera, su país ha dañado seriamente su prestigio internacional y se ha alejado más que nunca de la solución que buscaba.

 

Por cierto que este razonamiento conduce a una pregunta crucial: ¿es solucionable el problema de la mediterraneidad de Bolivia mediante una negociación seria y con buena voluntad entre ambos países?  Y la respuesta depende de lo que se entienda por solución: si ella exige una entrega territorial con plena soberanía, la respuesta es no; si por solución se entiende la creación de condiciones para que Bolivia ejerza su comercio exterior, su turismo y su movilidad como si fuera un país marítimo, la respuesta es sí.

 

Todos los que hemos dedicado buenos años de la vida a edificar acuerdos entre partes, sabemos que el éxito exige condiciones previas ineludibles: que ambas partes lo deseen y necesiten, que ambas negocien con representantes validos e igualmente empoderados, que ambas dispongan de terreno para ceder, que ninguno exija algo que la otra parte no puede otorgar.  El día que Bolivia tenga un gobierno serio, razonable y sin propósitos subalternos de política interna, tendrá una negociación positiva con Chile porque podrá llegar a ella con todas esas condiciones y porque contará con la excelente voluntad de la gran mayoría de nuestro pueblo.

 

Pero cuando llegue ese día, Bolivia debe tener presente que ningún gobierno democrático chileno puede otorgar, sin desestabilizarse, una sesión territorial con plena soberanía.  Y, además, sería aconsejable que dispusiera en el Palacio Quemado de una buena historia universal y de un ejemplar del libro “La marcha de la locura” de Bárbara W. Tuchman.

 

Orlando Sáenz Rojas