Las peras y los olmos

Cuando alguien espera que ocurra algo que un observador considera imposible, este último suele graficar la situación diciendo que aquel le “está pidiendo peras al olmo”.   Por supuesto que la expresión tiene siempre una fuerte connotación peyorativa, porque la forma de expresar la idea implica un grado de juicio negativo sobre la capacidad intelectual del que le está pidiendo peras al olmo y no es capaz de apreciar la irrealidad de lo que espera.

 

Si se enfrentan con racionalidad varias situaciones críticas que han detonado con inusitada fuerza en nuestro país en el último par de meses, descubrimos varios pedidos de peras al olmo que han provocado, provocan y provocarán estragos en el destino nacional.  Esta reflexión está encaminada a analizar algunos de los más desastrosos.   

 

El primero de ellos, y cuyo nefasto efecto esterilizó todo su gobierno, fue el del Presidente Piñera que postuló, desde su campaña electoral misma, que tendría una oposición constructiva y dialogante que nunca existió más allá de algunos aspectos secundarios y obtenidos con alto precio político.  Con esa oposición, mayoritaria en el parlamento, nunca existió la posibilidad de acuerdos para las reformas profundas de que depende la pervivencia del régimen democrático chileno: reforma del estado, código tributario racional, ordenamiento educacional realista y bien orientado, reforma previsional sustentable, etc.  El presidente aún sigue sin poder comprender la profundidad de la brecha que en nuestra provinciana mentalidad existe entre derecha e izquierda y que es tal que hace posible uniones entre democratacristiano y comunistas y hace imposible alianzas para salvar la democracia.  Que la distribución de asientos en una asamblea nacional ocurrida en Europa hace casi un cuarto de milenio siga determinando hoy el acontecer político chileno habla muy claro de la calidad de nuestra política, pero también refleja una particularidad de nuestra historia: durante un siglo, el único actor político fue la alta burguesía y los partidos que la representaban, de modo que los que nacieron para expresar a las nuevas clases sociales que se incorporaban al acontecer cívico, lo hicieron bajo el signo de antiderechismo, lo que se convirtió en fundamental factor de identidad.  

 

En la búsqueda de acuerdos trascendentales imposibles, el Presidente dejó de lado lo esencial de su programa reactivador, evitó toda crítica al estado en que recibió al país y dio tales demostraciones de debilidad en el uso de sus legítimas facultades administrativas y represivas que finalmente provocó que los enemigos de la democracia consideraran posible desestabilizar nuestro sistema republicano con una asonada como la que estamos viviendo.  Cierto es que, cuando todos comprendieron que de eso se trataba, se ha hecho presente una muy postiza voluntad de colaboración que estamos seguros desaparecerá en cuanto ceda la movilización social, si es que lo hace.  En cuanto ello ocurra, volveremos a la cómoda y ancestral guerrilla de derechas contra izquierdas, de retrógrados contra progresistas, aunque no haya nadie que sepa definir lo que significan realmente esos términos.  Para entonces, todos nos sentaremos junto al presidente para seguir esperando que caigan peras del olmo.

 

Pero si de esperar imposibles se trata, ese record lo va a superar el ilusorio e irresponsable llamado a sustituir la constitución por otra “progresista”, fruto de un proceso que recuerda la teoría de los soviets de la Rusia de 1918, cuya tela ni siquiera alcanzó para disimular la implantación de la dictadura más represiva que ha conocido la civilización occidental.  Pensar que el país está en condiciones sociales, políticas, económicas y culturales para procrear colectivamente una constitución con pies y cabeza a tres o cuatro meses de haber protagonizado una autodestrucción que no tiene parangones en la historia de los países presuntamente civilizados, es un acto de locura que solo podría encontrar alguna lógica si es que fue anunciado con el solo propósito de restaurar la tranquilidad pública.  Para demostrarlo, basta salir a la calle y preguntar al azar qué es una nueva constitución.  El que escribe lo ha hecho, recibiendo respuestas que, como gran resumen, podrían ser las adecuadas para definir un pliego de peticiones sindicales.  Pareciera que el que responde creyera que basta con consignar derechos en el documento para que estos se vuelvan realidad tangible, cuando lo único que harán será crear más frustración y más demandas contra el estado.  

 

Pero el pedido de peras al olmo más grande de todos es el de los que esperan impunidad por el daño que han causado.  Nos referimos directamente a las mafias de la droga, a los agitadores del Frente Amplio y del Partido Comunista, a los comandos anarquistas, a los agentes profesionales de la guerrilla urbana llegados del extranjero y a las bandas delictuales que destruyeron Chile como no lo habrían logrado las invasiones extranjeras.  Si están esperando que los crímenes que cometieron le reporten la creación de una república a la cubana o venezolana, se van a encontrar con una mayoría silenciosa que ha aprendido más que ellos de lo ocurrido y que se apresta a organizarse para eliminarlos sin contemplaciones.  La demanda de los destruidos y saqueados contra un estado que los dejó en la indefensión teniendo facultades para evitarlo y la huelga tributaria son opciones que ya se estudian, de modo que confiar en que esa mayoría prepare sus bolsillos para financiar el resultado que esperan los autores intelectuales y factuales de la destrucción de Chile es el escenario justo para llevarse una mayúscula sorpresa.  Su pedido de peras al olmo va a ser más histórica que ninguna y la próxima vez que intenten destruir a Chile se van a encontrar con que la Moneda no sigue vacía.

 

Orlando Sáenz