La receta de Goebbels

Es bien sabido que el ser humano tiene una inteligencia racional y otra emocional.  Tal vez una buena definición de la felicidad sea el vivir con perfecta armonía entre ellas, pero, desgraciadamente, los conflictos entre ambas son frecuentes y tal vez inevitables, lo que Pascal sintetizó maravillosamente cuando afirmó que “el corazón tiene razones que la razón no conoce”.  Sin embargo, a pesar de lo difícil que es alcanzar el equilibrio entre ambas inteligencias, no queda otro remedio que vivir intentándolo porque la forma de convertirnos en monstruos deshumanizados es siempre la de acallar y atrofiar a una para exaltar a la otra.  La eliminación de la inteligencia emocional es la cuna de los sicarios, los verdugos, los tiranos y de ella sacó Maquiavelo a su príncipe y Shakespeare a su Ricardo III.  La eliminación de la inteligencia racional, por su parte, es la matriz de los fanáticos, de los terroristas, de los drogadictos y de ella salieron Otelo y el Ku Klux Klan.

 

Para peor, la atrofia de alguna de esas inteligencias humanas se puede inducir desde el exterior para lograr del individuo un determinado comportamiento.  Es lo que se hace cuando se quiere obtener un buen verdugo o un buen asesino profesional, y en el otro extremo, un buen terrorista dispuesto a inmolarse.  Cuando se descubrió eso comenzaron a nacer las técnicas para masificar esas atrofias o hipertrofias, algunas más inocentes que otras.  ¿Qué es el marketing y la propaganda sino el arte de exaltar nuestros sentimientos y amortiguar nuestra razón para lograr que consumamos lo que no necesitamos o paguemos mas por un producto perfectamente reemplazable porque tiene un determinado logotipo?

 

El terreno peligroso comienza, sin embargo, cuando las técnicas de persuasión se emplean para inocular dogmas o lograr comportamientos sociales rupturistas.  La potencia que se puede lograr para tal propósito la ilustra estupendamente la historia comparativa de las religiones.  Examinándolas se descubre que todas ellas se expandieron despertando el flanco emocional de las multitudes, exaltando su piedad, sus temores, sus padecimientos, sus objetivos en la vida.  Es solo después de su expansión que inician el esfuerzo por conciliar a la razón humana con elaboradas teologías y cosmogonías en que con frecuencia hay que recurrir a los misterios para lograr precarios acomodamientos.

 

Pero el colmo del peligro se enfrenta cuando las técnicas de persuasión se aplican en el campo político en que la gama va desde “vender” el placido conformismo a la furia destructiva.  Prueba de ello es que todo gobierno que ha existido en la historia de la humanidad ha utilizado la propaganda y cada guerra emprendida siempre estuvo presidida por un esfuerzo de exaltación popular de que siempre han sido parte la arenga y hasta la música.

 

Pero el que trasformó en ciencia exacta las  hasta entonces empíricas técnicas de manipulación de las razones y emociones fue Joseph Goebbels, el Ministro de Propaganda de Hitler.  El fue quien descubrió que, si lograba disponer de un aparato de propaganda abrumador con generosa dotación de slogan que, por mentirosos e ilógicos que fueran, apuntaran todos a un puñado de ideas simples y directas (el Reich de los mil años, el líder mesiánico, la raza superior, el enemigo judío, etc.) se podía conducir como rebaño a un pueblo hasta cualquier extremo.  Y fue tal su éxito, que logró hacer de uno de los pueblos más cultos y sensitivos del mundo cómplice silente de las peores atrocidades y seguir a su mesiánico Führer hasta un holocausto final como solo Wagner había logrado imaginar en su Ocaso de los Dioses.

 

Goebbels quedó sepultado bajo los escombros del mismo infierno que ayudó a desatar, pero su demostración de eficiencia no murió con él si no que fue bien aprovechada por los vencedores, muy particularmente por el comunismo marxista de la Unión Soviética.  Parece paradojal, pero no lo es porque allí se reunían todas las condiciones de la receta de Goebbels: un control absoluto de los medios, una utopía en construcción, un enemigo a odiar y destruir.  El postulado básico del marxismo, como es el materialismo histórico con su consecuencia de permanente lucha de clase, está condenado a utilizar el odio y el resentimiento como herramientas fundamentales para su difusión, de modo que la receta de Goebbels incluso pudo adaptarla al uso de los partidos comunistas todavía insertos en sociedades en que coexisten con otras corrientes política y deben bregar para obtener cuotas de poder.  Esa adaptación marcó, hasta nuestros tiempos, las estrategias que utilizan todos los PC´s que quedan en el mundo.

 

En más de alguna reflexión anterior he afirmado que el marxismo tiene más características de religión que de partido político tradicional, y esa semejanza se evidencia en varias características: dogmatismo, difusión eminentemente emocional, incapacidad de verdadera conciliación con otros congéneres, apostolados de dedicación exclusiva, praxis que busca abarca la completa existencia del ser humano y no solo su comportamiento público, ética particular inflexible, etc.  Por cierto que estas características compartidas apuntan a objetivos completamente diferentes, y ello en lo que mas se nota es en los sentimientos exaltados para la difusión: en las religiones, son los positivos (piedad, bondad, caridad, conmiseración), en el marxismo son los negativos (odio, resentimiento, frustración, etc.).  Es por todo eso que podría clasificarse al marxismo como una religión sin Dios, como copia en negativo de ellas.

   

Si bien el tema de la comparación entre el comunismo y el cristianismo excede los términos de una corta reflexión, es necesario tenerla en cuenta para comprender la actitud del PC en la crisis que actualmente vive nuestro país.  Para ello, hay que aceptar la premisa, obvia por lo demás, de que para el PC son fatales los periodos prolongados de prosperidad y paz social.  Las últimas décadas le han costado al PC chileno la pérdida del 80 % de su electorado, como que si hace medio siglo llegó a captar un voto de cada cuatro sufragantes, en la última elección parlamentaria recibió menos de un voto por cada veinte votantes.  La conclusión es inequívoca: el PC tiende a desaparecer en los periodos prolongados de acelerado desarrollo y, por eso, su política busca entorpecerlos todo lo posible mientras no disponga de la plenitud del poder político.  Y ello es muy lógico porque su crecimiento depende de la siembra del odio y el resentimiento y ésta es más difícil y menos fructífera cuando todos están ocupados en compartir el progreso mas que en detestar al que lo hace mejor.  En las actuales condiciones del país, el PC ya sabe que dispondrá de un terreno muy favorable para crecer al amparo de la miseria y el desempleo que reinarán tras la espantosa crisis sanitaria que vivimos, de modo que toda su estrategia se centrará en el aprovechamiento de esas circunstancias.

 

Pero, en el corto plazo, se cierne sobre él un gran peligro, cual es el que la gravedad de la situación actual genere una nueva Concentración Democrática de Unidad Nacional que estabilice un periodo de paz social y de solidaria reconstrucción económica.  Si ello llega a ocurrir, enfrentaría otro periodo de aislamiento político con graves consecuencias electorales y sin otra perspectiva que la de crecer a costo del Frente Amplio.  Sin embargo, ese escenario parece poco probable porque en el Chile de hoy no asoma un liderazgo capaz de convocar con éxito a un gran frente de salvación nacional y el actual gobierno carece de ese poder.

 

Con todo, una cosa si es segura y es que el PC, en la etapa que viene, empleará a fondo la receta de Goebbels.  El resultado puede ser la Moneda, pero también puede ser Pisagua.

 

Orlando Sáenz 

 

Nota: Pisagua fue el lugar de reclusión de los comunistas cuando se aprobó la Ley de Defensa de la Democracia bajo el gobierno de Don Gabriel González Videla.