La fuerza de la unidad

La reflexión sobre la dificultad de superar una severa emergencia cuando, además, hay que cargar con un amplio sector que “rema al revés”, me indujo a una pequeña rememoración histórica que revelara la importancia de la unidad cuando se enfrenta una crisis nacional.  Esa pequeña inquisición se demostró de inmediato fecunda porque produjo una larga lista de casos en que la unidad posibilitó sonadas victorias sobre enemigos que parecían insuperables, pero también produjo otra larga lista de casos en que la desunión condujo a terribles derrotas ante enemigos que parecían controlables.  Los griegos clásicos triunfaron en las llamadas Guerras Médicas cuando Atenas y Esparta se unieron para liderar ligas de “polis” que derrotaron a los persas en legendarias batallas, como las de Maratón, Platea y Salamina; pero tuvieron que humillarse ante ellos y luego ante las falanges de Alejandro cuando no fueron capaces de superar sus discordias internas.  España logró expulsar a los invictos ejércitos de Napoleón cuando las milicias campesinas y burguesas improvisadas se sumaron a las fuerzas regulares del Gobierno Provisional, pero perdió todo su imperio cuando Fernando VII empezó a reprimir a los constitucionalistas para restaurar el absolutismo.  Y, como esos ejemplos, otros muchos similares saltan de las brillantes páginas de la historia.

 

Pero tal vez el caso mas relevante para nuestras circunstancias sea el de Inglaterra en mayo de 1940, cuando tuvo que enfrentarse sola a la formidable maquinaria bélica alemana que estaba destrozando a Francia y tenia a todo el ejército británico cercado en las playas de Dunquerque.  En esa situación imposible, los ingleses hicieron lo inimaginable: se metieron al bolsillo siglos de perenne belicosidad política entre conservadores y laboristas y formaron un gobierno de Unidad Nacional durante el cual el Partido Laborista no solo no se debilitó si no que ganó las siguientes elecciones y formó un gobierno de izquierda incluso antes de que el país y su imperio celebraran el Día de la Victoria en 1945.  Hasta ese punto es poderosa la unidad interna.

 

Ahora bien, Chile enfrenta hoy una guerra contra un enemigo tan superior e inexpugnable que las bajas que produzca y las consecuencias económicas que seguirán bien son comparables al desastre que enfrentó Inglaterra hace 80 años.  ¿Es posible que se forme aquí un gabinete de guerra de unidad nacional?  Cualquiera apostaría a que no, y seguramente ganaría, dado el encono político que aquí existe.  Recientemente el partido político menos recalcitrante de la oposición prefirió perder la presidencia de la Cámara de Diputados antes que aceptar que votaran por él congresales oficialistas, de modo que se necesitaría un Presidente de la Republica de descomunal valor para invitar a la formación de un tal gabinete de unidad con el riesgo de recibir una respuesta como si se tratara de una proposición obscena.  Ante tal convicción, no es reprochable que prefiera seguir manejando la emergencia como mejor pueda con la esperanza de que la enorme mayoría silenciosa que en esto lo rodea pese más que la minoría que privilegia sus mezquinas posiciones por sobre las necesidades públicas.    

 

Ahora bien, teniendo en cuenta lo anterior nos corresponde tomar conciencia del desafío que enfrentamos, de los medios de que disponemos, del grado de unidad nacional con que podemos combatirlo y, finalmente, qué probabilidades tenemos de vencer en esas condiciones.  En cuanto al tamaño y el tiempo que tomará ese desafío es necesario tener en cuenta que éste se compone de tres partes: superar la pandemia, recuperar el crecimiento económico y edificar una nueva democracia que supere las deficiencias de representatividad, eficacia y capacidad operativa de la que actualmente tenemos.  En cuanto al tiempo de que disponemos para tal enorme tarea, este debe estimarse en tres o cuatro años, pero nunca mas de cinco.  Para superar esta titánica tarea se contará solo con todos los recursos que actualmente tiene el estado chileno y muy probablemente también con lideres capacitados, pero no es sensato suponer que será alcanzable un alto grado de unidad nacional, ni en el plano social ni en el político.

 

En lo que se refiere al ámbito social, el pueblo chileno ya carga con un porcentaje demasiado alto, aunque todavía minoritario, de población en tal estado de incultura y barbarie como para protagonizar los actos masivos de destrucción irracional que vimos durante el tan impertinentemente llamado “estallido social”.  Para apreciar el significado social de ese tipo de destrucción causado por un alzamiento popular, basta con un indicador: la historia no registra antecedentes de una destrucción como la del metro, que es un servicio de utilidad publica sin ninguna posible connotación ideológica de modo que solo puede explicarse en términos de perversidad y de salvajismo. Ni la revolución rusa de 1917, la más grande que registra la historia y cuya consecuencia fue un régimen comunista de más de setenta años, registró destrucciones tan malvadas e irracionales como las que provocó el oprobioso “estallido social”, y eso que fue protagonizado por manifestaciones incontrolables de un pueblo que hacía poco tiempo que había salido de la servidumbre.  En la propia Rusia habría que retroceder hasta las invasiones mongolas del siglo XIII para encontrar actos del salvajismo como los que se han producido en Chile en este aciago periodo.   Por lo señalado, es imposible dejar de reconocer que ese sector social es completamente inintegrable en un frente nacional.  Si por Chile entendemos nuestra tradición y nuestra cultura, se trata de completos alienígenas. 

 

En lo referente al plano político, lo que ocurre es algo semejante.  La institucionalidad democrática chilena carga con un importante número, aunque todavía minoritario, de militantes partidistas que no buscan el perfeccionamiento del régimen democrático si no que su sustitución por una dictadura populista a la venezolana, que no es mas que una mutación heterodoctrinaria de la marxista dictadura del proletariado obsoletada por la evolución social.  Ese sector político está formado por los minipartidos del llamado Frente Amplio, por el Partido Comunista y por un sector minoritario del Partido Socialista, y jamás se integraría en un gobierno de coalición nacional como no fuera para socavarlo desde su interior.

 

Sin embargo, si se puede esperar emprender la enorme tarea de sanar, recuperar y modernizar Chile con una amplia mayoría social y política que, en este ultimo plano, ya tuvo su precursora en la Concertación de Partidos por la Democracia.  Si aquella pudo cumplir la descomunal hazaña de transitar al país desde la dictadura a la democracia sin un solo lesionado, bien puede esta ser capaz de conducirlo a algo que de nuevo merezca el apelativo de “copia feliz del Edén” que con alguna dosis de optimismo acuñaron nuestros próceres fundadores.

 

Que así sea.

 

Orlando Sáenz