LA AVENTURA MEXICANA

 
 
 En los últimos años de la década de los 60’s, cuando yo trabajaba como ingeniero en Maestranza Cerrillos, nos ganamos una propuesta para construir un oleoducto de poca longitud pero de cinco líneas para ENAP en Talcahuano.  En esos tiempos, en Chile había muy poca experiencia en el desarrollo de este tipo de obras de modo que para esa propuesta nos habíamos asociado con una empresa especialista mexicana que se llamaba Protexa, y que ya tenía en Chile una sociedad del mismo nombre que producía impermeabilizantes y asfalto camineros en sociedad con un grupo chileno.  Para perfeccionar ese convenio de colaboración, fui enviado a Monterrey para discutir algunos detalles de dicho acuerdo y ese encargo me permitió conocer a un personaje verdaderamente extraordinario y que para mí sería trascendente. 
 
 Don Humberto Lobo era un hombre ya bastante maduro que había creado un imperio a partir prácticamente de la nada.  Según las historias, había comenzado mesclando impermeabilizantes caseros con su esposa en un cobertizo de su propia casita y, con los años, había creado un conjunto de empresas que lo  convirtieron en una figura destacada de la exclusiva sociedad empresarial de Monterrey, que es a México lo que Sao Paulo es a Brasil o Milano es a Italia.  En esa visita desarrollé con él una relación como de discípulo a maestro y me distinguió, a poco andar, al invitarme a formar parte del directorio de Protexa Chile.  Cuando yo me convertí en presidente de la SOFOFA (Sociedad de Fomento Fabril), en plena lucha contra el gobierno marxista de Salvador Allende, Don Humberto Lobo se convirtió en una especie de embajador nuestro en su patria, nos organizó un poderoso panel de ayudas y no cejó hasta que se alineara férreamente con nosotros la poderosa congénere de la SOFOFA en México. 
 
 Fueron los años en que en ese país se constituyó el gobierno de Luis Echeverría Alvarez, sin duda el más izquierdista de los gobiernos del PRI (Partido Revolucionario Institucional), vigente entre los años 1970 y 1976.  Se caracterizó por las señales equívocas que solía dar y una de las más grandes era su cordialidad con el sector empresarial cuando estaba implementando medidas abiertamente contrarias a él.  Cuando llegó a Chile, con una semana de anticipación al inicio de la UNTAD de 1971, me ocurrió con él un episodio insólito.   Poco antes de la UNTAD (conferencia mundial de Naciones Unidas para el comercio y el desarrollo internacional), yo había pronunciado un discurso por una amplia cadena de radios que indignó tanto al gobierno de Allende que anunció que sería excluido de todos los actos relativos a la magna asamblea, en circunstancias que serían invitados muchos otros líderes empresariales.   En uno de los días previos al inicio de la gran conferencia, llegué a mi oficina de la SOFOFA como a las 8:30 am y me encontré con que mi secretaria tenía el recado para recordarme que mi audiencia con el Presidente Echeverría, en la Embajada de México estaba programada para las 09:00 horas.  Me quedé atónito porque nosotros no habíamos pedido ninguna audiencia con ese mandatario, pero como no era cuestión de discutir eso por teléfono, opté por partir corriendo a esa sede acompañado por Fernando Agüero, que por entonces era el segundo de nuestro Gerente General que todavía era Hernán Errazuriz  pero que no había llegado todavía.  Cuando llegamos a la Embajada, nos encontramos con un salón en que se había preparado un pequeño escenario sobre una tarima en el cual había tres asientos y una gran bandera del país azteca.  Me sentaron en uno de ellos, enfrentado a un conjunto de sillas preparadas en la parte baja para un buen lote de periodistas.  Apenas me alcancé a sentar cuando entró el Presidente de México escoltado por mi colega mexicano, el Presidente de los empresarios de su país.  Todo el objeto de la ceremonia era para que el Presidente Echeverría se despachara un discurso en que afirmaba que el desarrollo de su país estaba basado en un fecundo acuerdo entre el gobierno, los empresarios y los trabajadores, y que veía con agrado que Chile estaba siguiendo ese modelo.  Comprendí, de inmediato, que toda la audiencia de que yo era  invitado tenía por objeto contrapesar los gestos pro – UP que el mandatario había prodigado desde su llegada a Chile.  Por eso había invitado al proscrito  Presidente de la SOFOFA para que se estrechara las manos con él y con su colega mexicano.  Cuando me ofreció la palabra, tuve que improvisar un discursito de agradecimiento por un gesto así, que no habíamos ni pedido ni correspondía porque el acuerdo -  triángulo que Echeverría predicaba, no era ni sincero ni existía para nada en Chile. 
 
 De cualquier manera, hasta mi proscripción de la UNTAD derivó en una voltereta casi cómica.  Faltando un día para el inicio del evento, llegó la noticia de que la  UIE (Unión Internacional de Empresarios) con sede en Ginebra me había nombrado su embajador en la conferencia, lo que obligó al gobierno  apresuradamente extenderme las credenciales correspondientes para acceder a todos los actos y debates programados.  Respecto a lo que ocurrió en esa histórica asamblea, lo he relatado en algunas reflexiones y en “Testigo Privilegiado”, de modo que no me referiré a ello aquí porque, además, ya nada tienen que ver con México.
 
 Mi siguiente incidente relativo al gran país del norte, ocurrió varios años después pero todavía durante el gobierno del Presidente Echeverría.  Para entenderlo debe tenerse presente que era el periodo en que en Chile ya gobernaba la Junta Militar y México, que había retirado a su embajador tras la intervención militar del 11 de septiembre de 1973, todavía no nombraba un reemplazante ni otorgaba agreement para el nombramiento de Embajador de Chile en México que nuestro gobierno había propuesto.  Yo, por mi parte, había abandonado mi trabajo de estado y había regresado a la vida privada, pero me había hecho cargo, por cuenta de Naciones Unidas, (la Cepal y la ONUDI) de preparar el documento base para una reunión de Ministros de Economía de los países americanos a celebrarse en Ciudad de México.  El Secretario General de la Cepal, Don Enrique Iglesias, me había pedido encarecidamente que me asegurara la asistencia de nuestro ministro del ramo, que en ese momento era mi amigo Fernando Léniz, cosa que hice cumplidamente.
 
 Cuando me trasladé a ciudad de México un par de días antes del inicio de la conferencia, vi que había tres ministros de estado chilenos presentes en la capital mexicana, porque otras reuniones convocaron al Ministro del Trabajo y, si mal no recuerdo, al de Salud.  El día antes de la conferencia inaugural de mi reunión de Economía , que iba a contar con la presencia del Presidente Echeverría, al regresar a mi hotel en la tarde me encontré con un recado del Ministro de Hacienda Hugo Margain, al que había conocido durante la UNTAD del año 71.  Decía que quería pasar a saludarme, cosa que me honró y complació mucho.  Pero comprendí su cortesía cuando, tras saludarme efusivamente, adoptó un aire muy serio y me dijo: “Lo que te voy a decir estoy autorizado para hacerlo.  Te consideramos nuestro amigo y por eso he conseguido la venia para informarte que en su discurso de mañana el presidente va a anunciar la ruptura de relaciones con Chile”.  Me quedé helado y estupefacto, pero atiné a preguntarle qué se suponía que yo podía hacer con esa información y, encogiéndose de hombros, me contestó: “Lo que tú quieras, pero en el entendido de que eres bienvenido en nuestro país y que estas aquí no en tu calidad de chileno si no que como miembro de Naciones Unidas”. 
 
 Y lo que hice fue empeñarme en ubicar a los ministros chilenos que estaban en la ciudad ya avanzada la noche.  Logré sacar a Fernando Léniz de una comida en que estaba y él se encargó de advertir a los otros dos y de hablar con Santiago, que les dio la orden de correr al aeropuerto y salir de México antes que comenzaran los actos oficiales del día siguiente.  Ni que decir tiene que yo me tuve que quedar allí durante toda la reunión, en una posición muy amargante a pesar de los muchos gestos de amistad que me prodigaron.
 
 Sin embargo, mi aventura mexicana se cerró con una tragedia.  Cuando yo todavía servía al gobierno militar, y me pasaba viajando para superar la crisis coyuntural heredada en el plano económico, estando yo en Europa, uno de mis colaboradores en la SOFOFA se “fue de lengua” y concedió una entrevista en que nombró a Don Humberto Lobo como uno de los más valiosos aportes extranjeros que habíamos tenido en la lucha contra el gobierno marxista de Salvador Allende.  Al enterarme a mi regreso de lo ocurrido, me horroricé e invite  a una conferencia de prensa para desvirtuar lo dicho por mi imprudente ayudante.  Que tenía razón al alarmarme, me lo ratificó una llamada telefónica de Don Humberto, que había viajado de Monterrey a Texas para hablarme con seguridad.  Estaba alarmadísimo y se alivió, en alguna medida, cuando le aseguré que haría todo lo posible por bajarle el perfil a la imprudencia.  Días después, horrorizado, recibí la noticia de que el avión particular en que se movilizaba don Humberto en sus traslados dentro de México había explotado en el aire a poco de despegar de la capital para regresare a Monterrey.  Por supuesto, eso le costó la vida a él y a uno de sus hijos.
 
Pocas horas después me llamó Humberto Lobo hijo, que heredó las funciones de su padre en el imperio de Protexa.  Yo esperaba en Dios que el atentado (porque eso fue) no tuviera nada que ver con la desgraciada infidencia cometida en Chile, porque fueron tiempos en que Don Humberto Lobo no fue la única víctima empresarial que cobró el extremismo por entonces.  Pero la llamada del hijo no me dejó espacio para esa esperanza, porque, con voz muy quebrada, me anunció que se retiraría completamente de Chile, vendería su participación en la empresa que aquí tenían y no volvería a vincularse con nosotros de ninguna manera.  Y fue lo que hizo, retirando hasta su marca de la empresa local que tuvo que cambiarlo para solo llamarse Asfaltos Chilenos S.A.
 
 El pesar por la muerte de Don Humberto y su hijo me ha acompañado todo el resto de mi vida.  Apenas me lo alivió la cordial recepción de su hijo y heredero cuando, tiempo después, atendí a una invitación de los empresarios de Monterrey para ofrecer allí una charla.  Les recuerdo a mis lectores que México no volvió a tener relaciones diplomáticas con Chile hasta el gobierno de Patricio Aylwin, y que, sin embargo, visité muchas veces el país en calidad de particular y turista.  En todos los años trascurridos he ido muchas veces a México y debo reconocer que lo amo y admiro como si fuera una segunda patria y  lo hice con una visa que hasta me hubiera permitido quedarme allí para siempre.
 
 El tiempo se ha encargado de desconectarme con los muchos y excelentes amigos mexicanos que llegué a tener.  A Hugo Margain lo visité, tiempo después, cuando él era Embajador en el Reino Unido y, al amor unas copas, recordamos esa histórica noche en que me advirtió que el Presidente Echeverría le daría una bofetada a Chile rompiendo relaciones cuando tenía de huésped a tres ministros de nuestro gobierno.  Por eso es que asistí jubiloso cuando México reanudó relaciones con Chile en los primeros días del gobierno de Patricio Aylwin, y lo hizo porque otro Presidente azteca vino en persona a Chile para ese acto de reencuentro, ciertamente que no practicaba ya la ambigüedad que caracterizó a Echeverría.