LA AVENTURA KENIANA

No estaba en nuestros planes concurrir a la Asamblea del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional que estaba convocada en Nairobi, Kenia, apenas pocos días después del golpe de estado militar que puso dramático fin al gobierno marxista de Salvador Allende.  No teníamos todavía un claro programa de gobierno económico ni disponíamos de datos suficientes para prepararlo, de modo que tenía muy poco sentido una concurrencia con solo fines presenciales y en un ambiente internacional muy recargado contra Chile.  Pero todo cambió cuando el General Pinochet me informó  que algunos amigos nos ayudarían a postergar el encuentro con los acreedores de Chile agrupados en el  Club de Paris aprovechando la concurrencia de todo el mundo económico a este evento africano.  Apenas tuve tiempo de preparar una maleta para encontrarme en el aeropuerto con quien sería mi acompañante, el General Eduardo Cano, recién nombrado Presidente del Banco Central.

Como no habíamos previsto el viaje, el itinerario fue una completa improvisación y, además,  llegaríamos a Nairobi sin siquiera reservas de hotel.  Volamos con Air France a Paris, donde aterrizamos en el aeropuerto de Orly y en medio de una gran concentración de izquierdistas protestando por nuestra presencia.  Allí, conducidos a un terminal al otro lado de las pistas y bajo control militar, esperamos una conexión para volar a Zurich, donde por lo menos no había manifestaciones de modo que pudimos esperar normalmente la conexión con un vuelo SAS que, haciendo escala en El Cairo, nos depositaría finalmente en Nairobi.

Recuerdo que, al salir de madrugada del terminal de Nairobi, nos encontramos con un bloque enorme de prensa expuesta en una gran estantería.  Casi todas las publicaciones tenían a Chile en la portada y, en una gran cantidad de idiomas nunca conocidos, se condenaba al nuevo régimen chileno, de modo que sabíamos de antemano que nuestra visita no sería fácil ni tranquila.  Esa mañana se iba a efectuar la ceremonia inaugural de la Conferencia, de modo que solo alcanzamos a dejar las maletas en el hotel Hilton para luego correr a ocupar los asientos de Chile en el gran salón del complejo en que se realizaría el evento.  Como los asientos de las delegaciones para ese plenario se ordenaban alfabéticamente, los reservados a Chile quedaban en segunda fila pero directamente enfrentados al podio  desde el que se efectuarían los discursos de los inscritos para ellos.  Recuerdo eso porque yo no podía resistir el sueño de tres días sin dormir, de modo que la cabeza se me caía y un funcionario de la conferencia se sentó detrás mío para despertarme en cuanto yo me dormía.  Porque, aparte del espectáculo vergonzoso que podía trasmitir, esa sesión plenaria estaba destinada a escuchar el discurso inaugural del Presidente de Kenia, que no habría tolerado a un fulano que se dormía frente a él y a corta distancia.  Este mandatario era el legendario Jomo Kenyatta, que había sido el jefe de los Mau – Mau, o sea del grupo terrorista que había convencido a los ingleses de que era mejor reconocer la independencia del país.  Era un enorme individuo de raza negra, que se presentó vestido como tal y con una enorme piel de tigre cubriéndole el torso y la espalda.  Portaba un grueso báculo y lo blandía cada vez que quería enfatizar alguna frase.  La perspectiva de verlo enojado por mi cabeceo fue lo más eficaz de todo para mantenerme razonablemente despierto.

Como habíamos renunciado inicialmente a la asistencia, no teníamos alojamiento asignado y solo por un gran forcejeo logramos que se nos entregara un pequeño dormitorio en el circular Hotel Hilton.  En él tuvimos que acomodarnos los tres de la embajada chilena, porque se nos unió desde el principio nuestro embajador en Bruselas, al que se le ordeno unírsenos en Nairobi como refuerzo.  Era un encantador funcionario de carrera, con un gran sentido del humor y que se resignó sin chistar a dormir en una colchoneta que colocamos entre las camas donde depositamos nuestros huesos el General Cano y yo.  Desgraciadamente, no recuerdo el nombre de este distinguido amigo, pero me suena que se apellidaba Valenzuela. 

Con todo, la ayuda más determinante que recibimos fue la de Carlos Massad, que estaba en Nairobi en su calidad de alto funcionario del Banco Mundial y que, dejando de lado toda otra preocupación, se constituyó en nuestro principal consejero, guía y orientador, puesto que conocía todos los recovecos de las instituciones anfitrionas.  Carlos, que ni siquiera era partidario del nuevo régimen, se dedicó a asesorar a la pintoresca embajada chilena en que nuestros rangos no valían gran cosa en una reunión en que abundaban las estrellas mundiales, como que la presidencia de todo el evento estaba a cargo del famoso Robert McNamara.

Nuestra participación estuvo llena de situaciones hasta chistosas.  El General Cano traía un discurso preparado en Santiago al que tenía que atenerse en su intervención.  Como yo tenía que dedicarme a mí asunto de la postergación del Club de Paris, me preocupé poco de lo que tenía que hacer mi compañero, pero tuve que intervenir porque Carlos Massad, aterrorizado, revisó el discurso y me dijo que era absolutamente necesario alterarlo porque estábamos en un foro eminentemente económico y porque no era ni el lugar ni la hora de relatar heroicas hazañas de las Fuerzas Armadas Chilenas.  Así fue como con interminables peleas telefónicas con Santiago, logramos la autorización para modificar el tal discurso, que terminó casi enteramente escrito por Carlos Massad.

La otra batalla muy divertida fue cuando, en el día del discurso de Chile, vimos sobre la cama del General Cano su primoroso uniforme de gala, que estaba allí con las evidentes intensiones de usarlo para la ocasión.  Carlos, horrorizado, me hizo ver que eso provocaría un escándalo de modo que las furibundas conversaciones con Santiago no tuvieron mucho de agradables, hasta conseguir que, si el discurso del Perú, programado antes del nuestro, lo leía su Ministro de Hacienda con su uniforme militar, Cano estaría obligado a hacer lo mismo.  Ni que decir el alivio que nos produjo ver al peruano subirse al podio con un impecable traje gris de civil, cosa que imitó nuestro general y no tuvimos el escándalo que Carlos temía.

Como ya señalé, yo me dediqué fundamentalmente a mis conversaciones bilaterales con los brasileños y los norteamericanos, y ello hasta lograr el objetivo de un nuevo calendario de reuniones para acordar el pago de nuestra deuda externa.  Sin embargo, hice todo lo posible por asistir a algunas de las reuniones del grupo latinoamericano y, sobre todo, a la de este grupo con las autoridades del Fondo y el Banco, que estaba programada después de las de Asía y Africa.  En una reunión previa, se acordó que todos enfatizaríamos el trato discriminatorio que sufrían nuestros países en lo que se refiere al otorgamiento de créditos blandos.  A nuestro juicio, los países latinoamericanos estábamos muy postergados en lo que respecta a estos créditos y era la ocasión para que unánimemente hicieramos esto presente.  Cuando el Sr. McNamara escuchó atentamente todos nuestros discursos, comenzó su réplica diciendo que los agradecía porque le descubrían algo absurdo, como era destinar algo de los créditos preferenciales a países que, como los nuestros, estaban sentados sobre enormes riquezas naturales y humanas de modo que vería como corregir ese dispendio.  De esa manera, resumió la situación diciéndonos: “Los suyos son países erróneamente considerados subdesarrollados, cuando en realidad son sub administrados”.  Ninguno de nosotros tenía argumentos sólidos para contradecir algo que siempre hemos sabido y nunca hemos podido corregir.

Al terminar la reunión, un grupo de nosotros se quedó conversando sobre lo mal que nos había ido en nuestro dialogo con el Presidente del Fondo y del Banco y, en eso estábamos cuando alguno sacó a colación el llamado “milagro alemán”,  que por entonces era tema obligado para ejemplarizar la sorprendente recuperación económica de un país que pocos años antes había terminado una guerra completamente en ruinas.  De pronto, sentimos un golpe en la mesa dado por el Ministro de Economía de Uruguay que exclamó: “¡Hasta cuando hablan del milagro alemán! ¿Qué tiene de milagro recuperarse trabajando?  Comencemos a hablar del milagro Latinoamericano: ¡200 años sin hacer nada y todavía estamos vivos!”  La carcajada general tenía algo de escapismo porque todos sabíamos que esa era, en buenas cuentas, la raíz de nuestras desventuras económicas. 

En mis conversaciones para obtener la postergación del programa para servir nuestra deuda externa, conocí a personajes inolvidables, como fueron el Secretario Adjunto del Departamento del  Tesoro Norteamericano y del formidable Ministro de Hacienda de Brasil, Delfim Netto.  En verdad fueron ellos los que convencieron al Presidente del Grupo de Paris de que debía reprogramar las audiencias del nuevo gobierno chileno, de modo que tuvimos un horizonte de casi un año para preparar nuestro escenario.  Con ello logrado, no tenía razón alguna para quedarme en lo que faltaba de esa conferencia mundial, de modo que decidí irme para preparar la cita del lunes siguiente que tenía programada en Londres.  Pero me fue imposible encontrar algún vuelo que el día viernes me sacara de Nairobi, de modo que estaba amenazado de no poder cumplir con dicho programa.  Todos los vuelos estaban copados, no importaba hacia que destinos y el problema no lo habría podido solucionar si no me hubiera ayudado la verdadera oficina logística que había dispuesto la delegación norteamericana que había llegado en su propio avión.  Fue allí donde me consiguieron un lugar en un vuelo a Viena, de modo que pude trasladarme allí para conectar con un vuelo a Londres y cumplir cabalmente con mi compromiso.

Debo consignar que en esos días aprendí mucho de lo que era el África negra.  Nairobi era una ciudad más bien pequeña pero muy limpia y despejada, a costa, se decía, de haber barrido provisoriamente con toda la población miserable de la ciudad para presentar un aspecto súper civilizado cuando comenzara la conferencia.  No tuve tiempo de ninguna actividad turística y me quedé con las ganas de siquiera asomarme a un fabuloso zoológico a campo traviesa que existía en el borde de Nairobi.  Simplemente, no tuve ni un espacio para acomodar esa visita.  Todavía tengo en mi casa algunos objetos que me recuerdan esta aventura Keniana que nunca podré olvidar.