LA AVENTURA DE EL ABASTO



Durante ya muchos años, cada vez que he visitado Buenos Aires me he hecho el tiempo para ir, tipo mediodía, a sentarme en una silla del gran patio de comidas del Mall El Abasto y, dejando volar la imaginación, repasar la extraordinaria aventura chilena que mis ojos contemplan.  Me preguntaba, cada vez que lo hacía, si la muchedumbre de argentinos que circula siempre por el enorme recinto siquiera sospechaba todo lo de chileno que esa obra tiene. 

La aventura de El Abasto comenzó, como todas las grandes aventuras, en una forma insignificante.  Cuando fue Gerente General de Parque Arauco Mario Bascuñán, suscribió un contrato con unos inversionistas mendocinos para asesorarlos en la construcción y puesta en marcha de un centro comercial en esa ciudad.  Mario es un hombre bastante excepcional, no tanto como administrador si no que como desarrollador de nuevos emprendimientos que exigen imaginación e inventiva.  Durante su gerencia, Parque Arauco entró en una serie de negocios, tal vez menores pero bastante pioneros.  Por ejemplo, cuando le correspondió inaugurar el primer patio de comidas en una mall, le entusiasmó ese negocio y comenzó a expandirlo en ubicaciones independientes, como que tuvimos uno en el centro de Santiago y otro en Av. El Bosque.  Cuando dejó Parque Arauco, muchas de esas iniciativas menores la empresa las dejó de lado por estimarlas demasiado pequeñas para el giro de la compañía.  Una de esas “voladas” fue la de convertir a la empresa en asesora para el desarrollo de un mall en territorio extranjero. 

Pero cumplimos la tarea con tanto éxito, que los inversionistas mendocinos nos ofrecieron quedarnos con un paquete minoritario de acciones y con una opción de mayoría en un largo plazo.  Durante nuestra administración de ese mall en Mendoza, introdujimos en el país vecino dos conceptos que allí no se daban: el de arrendar locales sin exigir derecho de llaves y el de limitar el costo de los gastos comunes a un porcentaje menor del canon fijo.  Probablemente nunca pensamos en la revolución que eso trajo en toda la industria y, por tanto, fue un don gratuito que se expandiera en Argentina la fama de expertos desarrolladores y muy eficientes administradores de centros comerciales.

A poco andar, un gran grupo empresarial inmobiliario, IRSA, nos contactó para proponernos algo muy desafiante: convertir el espectacular edificio que había sido El Abasto, en un centro comercial sin igual.  En ese entonces, IRSA era una gran compañía controlada accionariamente por George Soros, el gran magnate de origen húngaro y uno de los famosos “gurúes” económicos de esa época.  Habían desarrollado grandes y muy exitosos proyectos inmobiliarios, pero no tenían experiencia en lo inmobiliario – comercial y, con sabia prudencia, querían hacerse de un socio experto para desarrollar El Abasto, cuyo control accionario habían obtenido con la mirada fija en convertirlo en un mall espectacular.  El Abasto era un enorme edificio que cubría dos manzanas y cuya fachada, con sus tres arcos de casi veinte metros de altura, recuerda al Museo D’ Orsay de Paris, y se alzaba sobre la calle Corrientes a una veintena de cuadras del Obelisco.  Había sido construido, a mediados de la primera mitad del siglo XX, para mercado de abasto de Buenos Aires, pero quedó abandonado, en medio del Barrio Once, cuando se construyó el nuevo y moderno mercado sobre la carretera al aeropuerto de Ezeiza.  Decenios de abandono lo habían convertido en una sombría cueva de maleantes y mendigos que vivían y dormían bajo sus bóvedas y en el hondo precipicio central de su subterráneo.  No hicimos más que mirar esa mole para enamorarnos de ella y soñar con el centro comercial en que finalmente lo convertimos.  Fue con ese entusiasmo que aceptamos la oferta de IRSA para compartir igualitariamente su paquete accionario y comprometernos a aportar toda la tecnología del desarrollo de un gran centro comercial como era el nuestro de Parque Arauco Kennedy.  Por supuesto, se suponía que el gran vehículo de aporte de esa tecnología iba a ser Mario Bascuñán, como claramente lo entendían nuestros socios argentinos.

Pero, como el hombre propone y Dios dispone, no se secaba la tinta en el contrato que habíamos firmado con IRSA cuando Mario Bascuñán presentó su renuncia porque no pudo resistir la tentación de las condiciones que un grupo le ofreció para desarrollar el proyecto del Jockey Plaza en Lima, del que los peruanos tienen poca idea de cuánto tiene de chileno.  En la coyuntura, nuestro directorio suplió su ausencia con dos de sus miembros delegados, tan vasocontenedores de la tecnología de Parque Arauco como el perdido gerente, y que fuimos Guillermo Said y yo.  Fue toda una tarea convencer a nuestros socios de que el cambio era para reforzar nuestro traspaso y no para disminuirlo.  Ese convencimiento, provocó una revolución en mi vida porque el desarrollo del proyecto fue una fascinante odisea en que hubo un año con 37 viajes a Buenos Aires, en cada uno de los cuales nos quedábamos un par de días, generalmente de martes a jueves.

Es imposible describir en pocas palabras la complejidad y la excitación que produce asumir la planificación, el diseño, la construcción, la puesta en marcha y la comercialización de un gran centro comercial en medio de una ciudad como Buenos Aires.  En el caso de El Abasto, todo eso se veía todavía más complicado por su situación, por su estado y hasta por el hecho de tener una estación del ferrocarril metropolitano prácticamente en su interior.  La tarea requiere la eficiente coordinación de un verdadero ejército de planificadores, arquitectos, ingenieros, decoradores y toda clase de especialistas en los miles de detalles que hay que considerar.  El éxito de un gran centro comercial urbano depende del atractivo de cada rincón, de cada corredor, de cada circulación y de cada local comercial que en él se instale.  Por eso es que en El Abasto participaron profesionales de varios países y de varias especialidades, todo lo cual lo teníamos que dirigir y coordinar desde unas improvisadas oficinas que habilitamos en parte del frente del imponente edificio.

Cuando teníamos ya lista la concepción de la desafiante obra, nos surgió un primer problema que pareció una severa limitante para el éxito del emprendimiento.  Se descubrió que el decreto que había otorgado las dos manzanas de terreno para construir el edificio, condicionaba su cambio de giro a la reposición de la cuadra de calle pública intermedia que había desaparecido durante su existencia como mercado.  De inmediato, los planificadores norteamericanos nos advirtieron que, con una calle de por medio, lo que tendríamos serían dos centros comerciales en lugar de uno y ello conllevaría una notable merma de los rendimientos y de las categorías.  Pero no había nada que hacer y seguimos adelante con el desarrollo de lo que humorísticamente comenzamos a llamar “los dos Abastos”. 

Pero, sin darse por vencidos, los planificadores nos hicieron ver cuánto ganaríamos si lográbamos que el nivel calle pudiera “pasar” por debajo de la calle intermedia para integrar ambos cuerpos en una forma no ideal pero si mucho más eficiente.  Cuando revisamos esa posibilidad, nos dimos cuenta que algo así significaba tener que peraltar la calle intermedia en más de dos metros sobre el nivel de la cuadra anterior y posterior.  ¿Existía en alguna parte del mundo una cuadra peraltada a ese extremo para posibilitar una construcción emblemática?  La respuesta la encontramos en Paris y, premunidos de ese contundente argumento, nos atrevimos a plantearle la cuestión al entonces gobernador de Buenos Aires.  Nuestra elocuencia, nuestro poderoso antecedente y nuestra demostración de belleza arquitectónica, sumado a la influencia de IRSA y a un costoso viaje a ver lo de Paris nos dieron la victoria y logramos la aprobación del peralte de la cuadra, al que ayudaba la pronunciada pendiente que existe entre Corrientes y Lavalle. 

Felices con ese resultado, proseguimos alegremente el desarrollo y el contento nos duró hasta el día en que el planificador jefe se sentó en nuestro frente para, con cara de inocencia, preguntarnos “¿saben ustedes cuantos días llueve en Buenos Aires todos los años?”  Cuando confesamos nuestra ignorancia y escuchamos que eran como doscientos, nuestro torturador nos aseguró que eso bastaría para que la gran mayoría del público se abstuviera de atravesar la famosa calle intermedia para visitar la otra parte del mall.  Pero nuestro torturador traía la solución del problema que no era otra que convencer al gobernador de que nos permitiera techar la cuadra de calle en la altura total del edificio.  Se trataba, nada menos, que de convencerlo de la viabilidad y armonía de una cuadra peraltada y techada en medio de una gran ciudad.  Aunque parezca increíble, lo logramos a costa de otro costoso viaje a Europa en que al ejemplo de Paris se sumó lo del Covent Garden de Londres.

Y seguimos adelante hasta que, el “gringo” torturador se sentó frene a mí y, con cara más inocente que nunca, me dijo: “tú eres ingeniero y sabes de las fuerzas que puede generar el viento al entrar en un tubo de una cuadra de largo.  Y aquí tengo la estadística de las velocidades que alcanza el viento en Buenos Aires.  Es la suficiente para volarnos cualquier techo que pongamos”.  Y otra vez el maldito tenía la respuesta para que el viento no nos arrancara el techo: había que cerrar con puertas los dos extremos de la cuadra peraltada.  ¡Dios mío! Se trataba de convencer al gobernador de la belleza y funcionalidad de una cuadra de calle publica peraltada, techada y con puertas en sus dos extremos que, además, había que cerrar en la noche porque durante ella podía ocurrir una ventolera peligrosa.  Y, aunque parezca increíble, también lo logramos aunque aceptando que por ningún motivo se utilizaría comercialmente ni un metro cuadrado de la cuadra en cuestión.

Con esos increíbles logros nos lanzamos alegremente a la tarea de terminar el diseño del centro comercial, cuya presentación pública se buscaría asociar profundamente a la figura de Carlos Gardel.  Ello porque El Abasto estaba muy vinculado con el gran artista, puesto que en la cuadra siguiente hacia el este de la calle intermedia ya aludida, se encontraba la casa en que había vivido en su temprana juventud y en una de sus esquinas (la más próxima al Abasto) se encontraban los restos de la tanguería en que había debutado como cantante.  El tal local se había llamado “Chanta 4” y por eso Gardel se conoció como “el morocho del Abasto”.  En nuestra planificación, que reforzamos con la compra de varias propiedades en el entorno del edificio, el motivo de Gardel se repetiría insistentemente.  Incluso teníamos el proyecto de dibujar en el pavimento de toda esa cuadra un gigantesco y serpenteante pentagrama con las notas iniciales de “Mi Buenos Aires Querido”, una de las composiciones más emblemáticas de ese inmortal cantautor.  Desgraciadamente, gran parte de nuestra planificación en ese sentido no la pudimos implementar por las descomunales pretensiones económicas de los herederos del gran cantante, que en ese momento encabezaba el famoso “Palito Ortega”.

Pero, dejando eso aparte, nos parecía que ya habíamos superado todos los obstáculos para que el proyecto El Abasto se convirtiera en una realidad.  Cierto es que nos faltaba la firma en el decreto que permitía su terminación con todas las concesiones alcanzadas y con el permiso para inaugurarlo, pero no dudábamos de que nuestro ya buen amigo gobernador nos lo otorgaría en el momento oportuno.  Pero, cuando lo visitamos para requerirlo, nos señaló sonrientemente que, faltando poco tiempo para la renovación de su mandato, creía más “elegante” postergar la firma hasta entonces para no aparecer otorgando un permiso de esa importancia en los días postreros de su primera administración.  Lo malo fue que, cuando correspondía su reelección, fue contundentemente derrotado por el Sr. Fernando de la Rúa y, así de pronto, nos encontramos frente al nuevo y flamante primer Jefe de Gobierno de la ciudad autónoma de Buenos Aires con el decreto sin firmar y expuestos al peligro cierto de una demora prolongadísima y de azaroso resultado.  Pero, sorprendentemente, en eso nos equivocamos.  El nuevo mandatario revisó el proyecto, lo consideró un aporte relevante para la ciudad y otorgó el decreto sin otra exigencia que un compromiso de que sería él quien inauguraría el centro comercial cuando se abriera al público.

Con el pecho hinchado de satisfacción, nos lanzamos frenéticamente a la tarea de terminar El Abasto y cuando, sumidos en el reposo del guerrero, esperábamos ansiosos el día de su inauguración, una llamada desde Buenos Aires nos trajo el peor sobresalto.  Nuestros socios argentinos nos comunicaban, con alarma, que George Soros, el “dueño” de IRSA, se proponía volar por unas cuantas horas a Buenos Aires para inaugurar El Abasto.  No nos reponíamos del sobresalto cuando otra llamada aumentó la alarma: La Casa Rosada había llamado para anunciar que el Presidente Carlos Menem inauguraría personalmente el emblemático emprendimiento.  ¡Dios mío! ¡Cómo podríamos traicionar nuestro compromiso con el Sr. De La Rúa! ¿Cómo podríamos negarnos a los deseos del famosísimo dueño de IRSA o del Presidente de la Nación Argentina?  Una noche de insomnio generó en Santiago la respuesta, que no fue otra que inaugurar tres veces El Abasto.  El día viernes, y con un gran cocktail de muchos invitados pero sin el mall abierto al público, cortaríamos cintas con el Sr. Soros, que esa misma noche emprendió su regreso a Estados Unidos en su avión particular.  El sábado, al mediodía, cortó cintas el Presidente de Argentina frente a cientos de trabajadores que habían construido la obra, además de todos los profesionales especializados que en ella habíamos participado.  En la tarde de ese día sábado, inauguró realmente el Mall el gobernador De La Rúa con público y con la gran mayoría de los locales esplendorosamente abiertos.  Todos quedaron contentos y nosotros pudimos reposar finalmente.

El éxito de El Abasto fue arrollador desde el primer día y su consecuencia fue un entusiasmo tan grande entre nuestros socios y nosotros que nos lanzamos alegremente a la fulminante expansión de nuestras actividades en la industria de los centros comerciales.  Las compras de Alto Palermo, Paseo Alcorta, Patio Bullrich, Alto Avellaneda, Buenos Aires Design, etc., convirtió a nuestro consorcio en el abrumador controlador de esa industria, primero en Buenos Aires y luego en toda Argentina.  Sin embargo, en ello también estuvo la raíz de nuestra separación porque, finalmente, Parque Arauco no se resolvió a seguir invirtiendo grandes sumas en Argentina, de modo que nos convertimos en accionistas minoritarios del consorcio y terminamos vendiéndole nuestra parte a IRSA e, invertimos el producto en nuestra expansión en Perú y Colombia.  Creo que lo ocurrido más tarde en nuestra vecina república justificó sobradamente nuestra determinación algo penosa de entonces.

Es necesario recordar que El Abasto cambió el destino y el status de todo el barrio en que esta inserto.  De ser un lugar hasta oscuro y peligroso, se convirtió en un área residencial apetecida, como que se vendieron con gran rapidez los departamentos construidos en torres ubicadas en terrenos aledaños que el consorcio había comprado, lo que fue en definitiva casi la mejor parte del negocio.  La rehabilitación del “chanta 4” y su concesión a una compañía de espectáculos bien escogida, hicieron del barrio además un lugar de culto turístico.  Fue con orgullo que asistí, como simple turista, un par de veces a excelentes variedades típicas tangueras y se acrecentó mi orgullo al sentirme parte anónima de ese éxito.

Pero en la venta de nuestras acciones a IRSA no se incluyeron mis nostalgias y mis recuerdos, de modo que, como un simple turista, inicié mi rito de sentarme en el patio de comidas, entrecerrar los ojos y verme otra vez tomado del brazo con José Said y admirándonos frente a las vitrinas de los locales comerciales de El Abasto.  Nos pasmamos ante su enorme Rueda de Chicago que en sus carritos porta vocinglera muchachada.  Nos extasiamos frente a sus varios niveles, ante su Museo Interactivo para la niñez, ante sus magníficos multicines y restaurantes, con el pecho muy hinchado porque sabemos que es una “opus magna “de Parque Arauco, aunque hoy nadie lo recuerde. 

Porque en realidad El Abasto es un monumento demostrativo de como el empuje empresarial chileno pudo y puede sembrar a nuestros vecinos hermanos de obras que, como El Abasto, tienen hasta atractivo turístico para visitarlos.  Como Megaplaza y Larcomar en Lima, como Parque La Colina en Bogotá. 

La última vez que cumplí mi rito en El Abasto, cuando ya me dirigía a la salida para tomar un taxi y volver a mi hotel, los altos parlantes me trajeron la voz de Gardel que parecía cantar para mí eso de que “aquí en el pecho pide rienda el corazón”.  Solo que para ello yo no necesito “la voz de un bandoneón” si no que me basta con mis recuerdos.


Orlando Sáenz