El peso del dogma

Los disensos dentro de un partido político convencional generan controversias que, en el peor de los casos, terminan en un tribunal de disciplina.  Los disensos dentro de una religión confesional generan herejías que, hasta hace no mucho tiempo, terminaban en la hoguera.  Esto es lo que hay que tener en consideración para apreciar y analizar las recientes declaraciones de un alcalde comunista, con pujos de candidato presidencial, en las que afirmó su condena a toda violación de los derechos humanos, ocurrieran donde ocurrieran, afectaran a quien afectaran.

 

En el caso muy especial de esta tan manoseada condena universal en boca de un militante comunista, hay dos poderosas razones para tener en cuenta la diferencia abismal entre controversia y herejía a la que aludimos.  Ello porque el partido comunista es más una religión que una tienda política convencional (semejanza analizada en “El Abrazo del Osezno”) y porque un reconocimiento universal de los derechos humanos es una herejía dentro de una doctrina que postula la lucha de clases como dogma fundamental y como motor del acontecer humano.  Reconocerle derechos humanos igualitarios a la burguesía equivale a condenar todos los regímenes comunistas que existen o han existido, equivale a considerar criminales a todos los gobernantes comunistas pasados y presentes, equivale a repudiar a todos los grupos violentistas y terroristas que ha protegido su partido en Chile y en muchas otras partes del mundo y que actúan bajo el supuesto de que sus acciones son parte de la guerra de clases permanente y natural.

 

Creo que basta con lo señalado para demostrar que la declaración del alcalde es una herejía dentro de la cosmovisión comunista, de modo que, a escala de nuestro mundillo político, tendría la importancia de la caída del muro de Berlín si se la tomara enserio y en su sentido literal.

 

Claro está que esa declaración puede ser solo un recurso electorero, y eso es lo más probable.  El alcalde de marras seguramente sabe que podría obtener más votos si se muestra más moderado y menos fanático que sus camaradas y hasta puede haber obtenido un permiso especial para apostatar de esa manera.  También es posible que, si se le urge a precisar los derechos humanos a los que le otorga validez universal, nos encontremos con una lista en que solo figuran los que le interesan a su partido para proteger sus acciones desestabilizadoras (manifestación, reunión, protesta, etc.).  Pero también existe la posibilidad de que la alcaldicia declaración sea un signo de que dentro del PC existe una fuerza renovadora que pretende forjar un neo-marxismo que verdaderamente deje atrás el terrible fardo ignominioso y las rigideces de un ancestral autoritarismo cupular.  Una fuerza, en suma, que comprende que la estrategia del desdoblamiento conduce al aislamiento en ambos lados y que del aislamiento a la derrota y a la extinción no hay más que un corto paso.  En abono de esa posibilidad hay que recordar que ya antes de la declaración del alcalde se han escuchado ruidos disidentes dentro del PC, especialmente desde que los informes de la ONU firmados por la cuasi – camarada Michel Bachelet le quitaron el piso a la cerrada defensa del régimen de Nicolas Maduro que la directiva había impuesto más allá de todo lo prudente.

 

Ante la posibilidad, remota por cierto, de que exista un grupo disidente – renovador dentro del comunismo chileno, se impone la pregunta ¿es evolucionable el comunismo dentro de los estrechísimos márgenes que dejan sus dogmas fundamentales?  En otras palabras ¿puede existir un comunismo eficientista, constructivo y democrático? Nuestro escepticismo al respecto impone la obligación de una fundamentación.

 

En otras reflexiones hemos resaltado la naturaleza confesional y dogmática del marxismo – leninismo que le otorga semejanza con una religión.  También demostramos la sin duda premeditada estructuración partidista al estilo de la iglesia cristiana (disciplina, jerarquización, obediencia, liderazgo supremo omnipotente).  Junto a la tremenda potencia que otorgan esas características, coexiste la impávida rigidez que impone y que hace casi imposible el reformismo, tanto más cuanto que los dogmas son mucho más sociológicos que metafísicos.  Todo dogma es una barrera para la razón, de modo que si ser comunista impide objetar los dogmas de la perpetua lucha de clases, el materialismo histórico y la teoría de la plusvalía del capital, entonces cualquiera reforma solo puede afectar aspectos organizacionales periféricos.

 

Por otra parte, el inmovilismo del PC ya ha creado el espacio para que otros conglomerados políticos se apoderen de lo que podría parecerse a un comunismo no dogmático, que ha tomado de él solo algunas prácticas y algunas consignas sociológicas.  El variopinto Frente Amplio es un ejemplo de ello y, en una perspectiva más amplia, lo son varios movimientos populistas que están desestabilizando democracias en varias partes del mundo.

 

Si se quiere apreciar la rigidez que le impone a un conglomerado humano la concentración del poder en un líder supremo inamovible, en mejor ejemplo es el de la Curia Romana.  En dos milenios de historia, las únicas reformas que han funcionado en la iglesia son las que han impuesto o tolerado los propios Pontífices (la de Cluny, el monasticismo, la ordenes mendicantes, la Contrarreforma, etc., etc.,) y todas las que trataron de imponerse desde la base y en contra de la Curia (la de Lutero, la de Hus, la de Savonarola, la de Calvino, la de los “poberetos”, etc., etc.), terminaron en cismas, excomuniones o simplemente en la hoguera.  Es lo ocurrido con el comunismo, con la diferencia de que la lista es menor porque solo proviene de un siglo y porque lo que en la Iglesia es una encíclica, en los PC*s son los manifiestos o los libros que escriben los Secretarios Generales cuando se les esta desordenando el rebaño.

 

Por todo lo señalado es que me afirmo en la tesis de la inmovilidad que sufre el PC.  Así como el “Titanic” se hundió por el peso del agua que penetró en sus compartimientos estancos, el PC se hunde bajo el insoportable peso del dogma.

 

Orlando Sáenz