El club de los mentecatos

Circula la afirmación de que existiría el registro de una conversación telefónica entre el Presidente Salvador Allende y el Senador Carlos Altamirano en la mañana del martes 11 de septiembre de 1973, cuando el golpe de estado militar ya era evidente.

 

--“Y ahora, Salvador, ¿qué vamos hacer?”, habría preguntado el parlamentario con voz estrangulada.

 

--“Lo que vienes diciendo hace meses.  Sacar tus enormes milicias a la calle, so …”.

 

Es muy probable que la existencia de ese histórico dialogo sea una mentira, pero, en todo caso, “se non é vero, é ben trovato” porque refleja bien el voluntarismo que siempre ha aquejado a la extrema izquierda chilena y que le impide distinguir lo que se desea de lo que es posible.  Probablemente el Senador Altamirano creía de verdad en la existencia de esos enormes batallones que le ofrecía al Presidente Allende, pero la inexistencia de ellos en la hora crucial le costó la vida a ese ya mítico mandatario.

 

En todo caso, ese supuesto dialogo refleja, consiente o inconscientemente, una de las verdades más expulsadas de la conciencia del ultrismo chileno.  Esa de que la tragedia de 1973 se habría podido evitar si Allende y su camarilla hubieran asumido a tiempo que su proyecto político era infactible en la realidad de la sociedad chilena de esa época, como debería habérselos hecho evidente el gran paro de octubre de 1972.  Y que no lo hayan visto así es especialmente demostrativo del voluntarismo que los llevó al abismo porque otros de sus aliados entendieron el mensaje y lo reflejaron en el escepticismo pesimista de los últimos meses.  Existen hoy sólidas pruebas de que, en la Habana, para no hablar de Moscú, previeron la catástrofe ya en los primeros meses de 1973.

 

Pero, como quiera que sea, el asunto que hoy importa es constatar que esa incapacidad de leer la realidad no solo sigue afectando a la izquierda ultrista chilena si no que se ha extendido a sectores más calificables como sociales demócratas.  Tal vez sea el efecto del virus inadvertido que les llegó con la edificación de la leyenda tejida en torno al Presidente Allende, pero es evidente que actúa hoy con más potencia que nunca.

 

Para demostrar la enorme distancia que existe entre el Chile real y el imaginario de la ex – Nueva Mayoría, podemos apreciar algunos hechos muy demostrativos.

 

El primero de ellos es el de la interpretación de la derrota electoral de diciembre último.  Ocurrió, según ellos, solamente por errores no forzados: fallas comunicacionales, publicidad equivocada, candidato débil, contradicciones internas evitables, etc…Todo menos reconocer que fue el producto de un pésimo gobierno y acabada incoherencia.  Los más audaces, la atribuyeron a lo que dejaron de hacer, pero jamás a lo que hicieron.  Por eso es que siguen perdidos en su laberinto y pretenden rehabilitarse resucitando a un muerto, como ocurrió con Lázaro: la herencia de la Bachelet y la misma estructura de coalición política.

 

El segundo, y más elocuente todavía, es el de la forma como evocaron los 30 años del NO.  La utilizaron para criticar la transición que el triunfo en ese plebiscito posibilitó.  Han llegado a decir que lo único que hizo fue consolidar lo que habría significado el triunfo del SI, puesto que no derogó la constitución ni el modelo de desarrollo económico que llaman neoliberal.  ¡Que mentecatos! ¿Se podría alguien imaginar lo que habría ocurrido si el gobierno de Aylwin hubiera intentado la transición que a ellos les hubiera gustado? ¿Es que nunca supieron de un “boinazo” por la mera tímida iniciación de una investigación sobre cheques entregados a un hijo del General Pinochet?.  No es difícil imaginar que, de haberse intentado eso, el famoso general habría muerto de viejo en la Moneda y hoy estaría sepultado en la Catedral.  Desconocer hoy la mínima capacidad de maniobra que recibió la democracia renaciente es de obtusos mal agradecidos.

 

La verdad es que la transición lograda por la Concertación de Partidos por la Democracia, a partir de un estado dentro del estado, fue una obra maestra de sabiduría y prudencia política y como tal la apreciarán todos los textos de historia latinoamericana que se escribirán en los próximos decenios.  La Constitución de Pinochet ya no tiene de oprobiosa más que la fecha de su promulgación y ha sido trasformada en una muy razonable constitución democrática.  La verdad es que el modelo de desarrollo económico es el único que ha funcionado bien en Chile y contrasta abismalmente con los fracasos de las economías manejadas como le gusta  a la extrema izquierda, y eso que le falta mucho para terminar de perfeccionarse.  Ningún gobierno razonable lo habría derogado, aunque hubiera podido, porque su mérito ya se había hecho evidente en esa fecha y fue precisamente eso lo que indujo a la dictadura a aceptar someterse al plebiscito que calculaba no poder perder.

 

La tercera prueba de irrealidad es el esfuerzo por reconstruirse en alianza con el Partido Comunista, que de inmediato hace perder más apoyos de lo que es capaz de aportar.  ¿Han notado los Elizaldes y Huenchumillas que su votación es menor que la de varios grupúsculos del Frente Amplio? Pagar un precio por la adhesión explicita de tamaño “bacalao”, cuando de todas maneras se obtendrá gratis, es simplemente no saber leer los resultados electorales últimos.  

 

Pero tal vez el colmo de la irrealidad en que vive esa izquierda es la autoproclamación de “progresista”.  Sería bueno para el país que pudieran definir lo que entienden por progreso.  Ciertamente que no es el económico, puesto que estancan al país cada vez que pisan la Moneda.  Tampoco es el social, porque aumentan la mala distribución de la renta en lugar de mejorarla.  Tampoco es el intelectual, a juzgar por los ejemplares que llevan al Congreso.  Tal vez entiendan por progreso el aumento del déficit fiscal, el incremento del número de paniaguados en la administración pública, el invento de derechos sin deberes, la aprobación de beneficios sociales sin financiamiento ni capacidad de gestionarlos.  Mientras no expliquen en que consiste su progresismo, seguirán condenados a que la mayoría sensata del pueblo chileno los mire con ese todavía innominado sentimiento que es una mezcla de ira, pena, lástima, burla y vergüenza ajena.

 

Orlando Sáenz