El cáncer y la aspirina

Nadie puede resolver un problema que no reconoce como tal o, reconociéndolo, lo atribuye a causas equivocadas.  En el primer caso, es como una enfermedad no tratada y, en el segundo, es una tratada con la medicina equivocada.  En ambos casos, no obstante, el resultado es fatal.  Estas conclusiones, tan sencillas, obvias e indiscutibles, encierran, no obstante, el secreto del fracaso del estado chileno en la Araucanía y el sombrío futuro que rodea al conflicto mapuche.

 

Sucesivos gobiernos, de muy distinto pelaje político, han fracasado en sus esfuerzos por pacificar y promocionar la Araucanía.  Y ello se ha debido a que todos ellos, con variantes menores, han abordado el conflicto con un mismo equivocado diagnóstico: se trata de una intensa actividad delictual que utiliza como pretexto la causa reivindicatoria de un pueblo pacífico y progresista que anhela un entendimiento constructivo con el estado chileno.

Ocurre, sin embargo, que ambas premisas son falsas: ni el violentismo en la Araucanía es una actividad simplemente delictiva e inconexa, ni el pueblo mapuche que vive en la región es una comunidad pacífica y progresista que reclama ayuda y reconocimiento de la nación de que forma parte.

 

La verdad es que lo que existe en la Araucanía es un terrorismo practicado sistemáticamente por una guerrilla coordinada y adiestrada militarmente y que no tiene por propósito ningún entendimiento con el estado chileno si no que busca ampliar su base con el progresivo aditamiento de otros grupos subversivos, todavía inconexos, de modo de lograr producir un colapso institucional preludio de una revolución social.

La verdad es que la comunidad mapuche es cómplice pasivo de esa actividad guerrillera a la que asila y protege por simpatía o por temor o por solidaridad, causales que tienen diferentes implicancias éticas pero un mismo resultado práctico, que es el del encubrimiento.

 

Ambas amargas verdades cuentan con pruebas contundentes.  La conexión entre la causa mapuche y las guerrillas de las FARC, patrocinada por el MIR y el Partido Comunista, ha sido denunciada públicamente por un muy reconocido comentarista político respaldado por sólidas pruebas documentales.  Fuentes confiables aseguran que la inteligencia militar posee sólida investigación a ese respecto.

En cuanto a la complicidad pasiva de la comunidad mapuche a esa actividad guerrillera, que ciertamente habita entre ella, no tiene mejor prueba que la absoluta carencia de denuncias que no podrían haber dejado de existir de ser efectivo el repudio a su actividad.

 

Por cierto que, tras muchos años de actuar en la Araucanía con un diagnóstico equivocado convertido en política de estado, el llamado “conflicto mapuche” se ha convertido en lo que tal vez sea el más grave de los problemas que agobian al gobierno chileno.  Tras innumerables gestiones conciliatorias, la zona es un ámbito de inseguridad y de impunidad que alberga un cementerio político en que abundan los gobernadores, alcaldes, diputados, senadores y hasta ministros de estado.  Lo que no hay allí son terroristas mapuches.  Es algo que no puede extrañar a nadie, porque es la lógica consecuencia de tratar un cáncer con aspirinas.

 

Por otra parte, lo que más perturba es la sospecha de que la actuación en la Araucanía con un diagnóstico equivocado y minimizado no es por convencimiento si no porque es el único “políticamente correcto”.  Es una forma de reconocer, con algún resto de dignidad y presentación, que la democracia chilena, tal como hoy se la entiende, es incapaz de enfrentar con eficacia una actividad guerrillera que se ha apropiado de las banderas del conflicto mapuche.  Hay que rendirse a la evidencia de que gobiernos que apenas se atreven a desalojar una alcaldía tomada o un colegio vandalizado, jamás se arriesgarán a enfrentar la suerte de “guerra sucia” que ya es la única forma de extirpar ese tipo de subversiones y, en medio de las cuales, es más que posible la ocurrencia de importantes daños colaterales.  

 

La consideración de todo lo señalado conduce a una apreciación muy pesimista del futuro desarrollo del conflicto mapuche.  Lo más probable es que derive en una inútil y tediosa multiplicación de las mesas de dialogo, de exoneraciones por violencia excesiva de carabineros, de interpelaciones parlamentarias para la galería, de destrucción diaria de valiosos activos, etc.  Y ello porque es imposible edificar acuerdos constructivos sin antes eliminar la actividad sediciosa que no tiene esos acuerdos por objetivo.

 

Esta pesimista apreciación no quiere decir que el conflicto mapuche carezca de soluciones posibles.  Pero sí quiere decir que, a estas alturas, carece de soluciones fáciles.  El mejor futuro posible para el pueblo mapuche es dejar de ser una comunidad de alienígenas que viven en territorio chileno para convertirse en chilenos de origen mapuche que tienen la suerte de vivir en el territorio ancestral y tienen la oportunidad de convertirlo en próspero y estimulante.  Para alcanzar ese fin hay que dejar atrás muchos perjuicios, muchas irrealidades y muchos resentimientos.  Es un problema cultural y educacional arduo, pero perfectamente posible.  Para comenzar a edificarlo, se requiere en Chile un gobierno que entienda que la democracia no consiste en que cada cual haga lo que quiere si no que en un respetuoso proceso de libertades compartidas.

 

Mientras ese tiempo no llegue, tendremos que seguir viendo los estragos de tratar de curar un cáncer con aspirinas.

 

  Por ese camino, lo único que se puede lograr es morirse sin dolor de cabeza.

 

Orlando Sáenz