E pluribus unum

Así como existe una ética de estado que con frecuencia desafía a la ética individual, también existe una lógica política que, con más frecuencia todavía, desafía el sentido común con que todos los días tratamos de resolver los problemas que la vida nos presenta.  Si la ética de estado ha justificado crímenes, mentiras, despojos y toda clase de repugnantes injusticias durante milenios, la lógica política justifica diariamente procederes siempre fracasantes y completamente carentes de sentido común.  Las muestras de este proceder irracional sobran, pero no está de más aludir a un par de las más repetidas y claras.

 

Por ejemplo, todos enfrentamos diariamente las limitaciones que implica un estado muy limitado en sus recursos y en su capacidad de gestión.  Sin embargo, tenemos dos poderosas fábricas de gastos y obligaciones que trabajan sin pausa en el invento diario de nuevos gastos y obligaciones administrativas que ese estado no tiene forma de financiar ni de gestionar: esas industrias son el gobierno y el parlamento.  Como no podría dejar de ocurrir, ese ilógico proceder deriva en la multiplicación de las frustraciones que debilitan al sistema y exponen al ya agobiado estado a demandas indemnizatorias calificables en la categoría de pedidos de peras al olmo.  Hace algunos meses, la propia Corte Suprema condenó al estado a pagar un tratamiento médico de costo estratosférico porque la Constitución garantizaba el derecho a la salud.  Con ese criterio de tonel sin fondo llegará el día en que, cuando la hibernación se perfeccione, el estado chileno tendrá la obligación de garantizar la vida eterna a todos los que se acojan a ese supuesto e irracional mandato. 

 

Por otra parte, la forma de abordar el problema de la centralización ofrece otro relevante ejemplo de la antilógica política.  Si el estado central tiene déficit de gestión, es de imaginarse el que tendrían las regiones descentralizadas que se pretende crear con la elección popular de gobernadores empoderados y con grandes grados de independencia.  No hay que pensar mucho para anticipar que se producirán infinitos conflictos y frustraciones con la actuación de liderillos que verán en su elección el camino para edificar una carrera política con tribuna para reclamar diariamente las insuficiencias de un poder sin instrumentos.  Se repetirá en escala macro lo que ya ocurrió cuando irresponsablemente se asignó a los municipios grados de responsabilidad e iniciativa que solo unos pocos tenían medios para aprovechar, mientras que la gran mayoría de los pequeños y remotos carecen de todo lo necesario para cumplir con lo que de ellos teóricamente se esperaba.  El sentido común dice que una descentralización seria y bien hecha debe empezar por crear instrumentos parejos de gestión para luego buscar a quienes los dirigirán, pero la antilógica que denunciamos invierte los términos con los previsibles malos resultados que es fácil anticipar.

 

Con todo, el principal contrasentido que políticamente se está cometiendo es el del ridículo asambleísmo que hoy impera en el acontecer político de Chile.  Cuando las redes sociales apuntan a una irregularidad o deficiencia de alguna institución del estado, de inmediato se crea una comisión para actuar correctivamente.  La moda de crear comisiones, asambleas, mesas de dialogo o cualquier otro tipo de grupo colegiado para resolver problemas y plantear avances fue perfeccionado por el Bachelet II.  ¿Cuántas instancias de ese tipo se formaron en ese gobierno? ¿Sirvió alguna para algo como no fuera para diluir responsabilidades, simular transparencias o crear nuevos puestos rentados para clientela política?  Si algo demuestran los seis mil años de historia conocida es que nunca ha habido un avance significativo, una obra genial o si quiera una idea revolucionaria que haya sido fruto de una asamblea, y con esa evidencia sobre la mesa, esa mandataria pretendió hasta que le redactaran una nueva constitución unos deshilachados cabildos que inventó por aquí y por allá.  

 

Ante esa realidad cabe preguntarse de donde salió la idea de que las manadas son más inteligentes que los individuos, cuando la evidencia apunta rotundamente en sentido contrario.  Todos los avances son fruto de un liderazgo individual y pretender sustituirlo por cuerpos colegiados no solo es inútil si no que es estúpido. Si Julio II hubiera encargado a una comisión la decoración de la Sixtina, seguramente seguiría en el estuco y el genio de Miguel Angel sería menos reconocido. No hay más que esperar un poco para asombrarse ante el Brexit diseñado colectivamente por el Parlamento británico y los venezolanos tendrán suerte si las resoluciones de la Asamblea Constituyente que inventaron se limita a servir de foro a las tonterías que dice Maduro.   Liderar es imprescindible y no tiene reemplazo y, en última instancia, el liderazgo es siempre unipersonal, como la historia no se ha cansado de demostrar.  Gobernar en una democracia es el arte de liderar con convencimiento, y ello no se logra con comisiones si no que con decisiones.  En última instancia el liderazgo aceptado se llama democracia, mientras que el liderazgo obligado se llama dictadura.  De ello se desprende que el no liderazgo se llama caos y desgobierno, lo que parece se ha olvidado en Chile.  

 

Con el asambleísmo del Bachelet II Chile entró en decadencia porque se acabaron los liderazgos.  Lamentablemente ese asambleísmo parece todavía vivo a juzgar por las asambleas, o mesas de dialogo o directorios con que se pretende abordar problemas tan acuciantes como la lucha contra la delincuencia o el terrorismo en la Araucanía.  Lo que se necesita es acción y decisiones y no otra cosa.  Estados Unidos echó las bases de su grandeza cuando descubrió el E Pluribus Unum que grabó en su escudo, o sea “de los muchos uno”.  Nosotros empezamos a decaer cuando el Bachelet II inventó el “E Unum Pluribus”.

 

Orlando Sáenz