Refundemos la república

En vísperas del plebiscito del 25 de octubre, fueron varios los que se me acercaron para pedirme “orientaciones” que los ayudaran a decidir la opción que apoyarían con su sufragio.  Como todos ellos conocían mi artículo “Por qué no” que fue publicado en marzo pasado cuando el evento estaba programado para abril, el pedido de “orientaciones” lo entendí como la pregunta de si lo ocurrido desde entonces a octubre había modificado mi posición al respecto.  Por ese motivo, repasé el susodicho artículo para comprobar si existía alguna razón para alterar mis opiniones de entonces.

 

Ese examen, que fue riguroso me demostró que, si bien ninguna de mis razones para un voto negativo se había debilitado, sí que existía un importante desarrollo posterior que en un aspecto fundamental modificaba mi actitud frente a la necesidad de una reforma constitucional.  Si en marzo creía posible que, utilizando el sistema previsto en la actual constitución, se podrían aprobar modificaciones que la perfeccionaran suficientemente, ahora pienso que con eso no basta y que se necesita una carta fundamental completamente nueva.  Pero ello no significa que haya que aprobar el disparatado proceso impuesto para consensuarla y redactarla como determina el politiquero acuerdo que un gobierno desfalleciente aceptó con la esperanza de desmovilizar la protesta social que no supo controlar.  Por eso es que mi voto negativo fue para ese procedimiento y no para defender la vigencia de la actual constitución.

 

Pero ese razonamiento no me exime de la necesidad de explicar por qué me he convencido de la necesidad de una nueva constitución y no simplemente del perfeccionamiento del actual mediante el procedimiento que ella misma prevee y que ha sido el empleado en varias ocasiones anteriores.  También tengo que explicar que fue lo que ocurrió entre marzo y octubre que me obligaran a un cambio de opinión tan radical. Ciertamente que no fue la cantidad de sandeces que se escuchan sobre lo que debe incluirse en una nueva constitución, porque eso solo alcanza para asumir que la gran mayoría ni siquiera entiende lo que es una carta fundamental y la confunde con una especie de pliego de peticiones sindical.  Lo que sí me convenció del cambio es el intolerable nivel de desprestigio que afecta a las instituciones básicas del estado según demuestran todas las encuestas de opinión que regularmente se hacen.  Nunca antes en nuestra historia habíamos tenido un gobierno más desprestigiado, en que solo el Parlamento y el aparato judicial lo superan en el rechazo ciudadano.  En un sistema democrático, no son sustentable instituciones básicas que sean rechazadas en el nivel que hoy día observamos en el país.  Y lo peor es que ese rechazo mayoritario, que es casi lo único que concita un acuerdo trasversal, está plenamente justificado porque nuestro poder ejecutivo está en ruinas, nuestro poder legislativo es un verdadero circo y nuestro poder judicial es de tal descriterio que pretende actuar como tribunal constitucional mientras tiene la calle llena de delincuentes sueltos.

 

Todo lo señalado me induce a comprender que necesitamos no solo una nueva constitución, si no que una que refunde la república.  Creando una institucionalidad que funcione, que se respete y que esté dotada del imperio suficiente para gobernar al país con justicia y con firmeza.

 

La trascendencia de esa refundación no puede ser exagerada, porque de ella dependerá todo el futuro del país y de las generaciones que inmediatamente siguen a la archifracasada que hoy observamos.  Pero creo que todavía existe en Chile una mayoría de gente sensata que desea ardientemente trabajar y progresar en una paz social como la que alguna vez tuvimos.  Para que esa mayoría despierte y se exprese, aun en el irresponsable escenario en que tendremos que reconstruir nuestra institucionalidad, es necesario un gigantesco esfuerzo de organización y movilización que debe comenzar ya.

 

El camino será muy difícil, porque seguramente habrá muchos que tratarán de alterarlo.  Allí será cuando tendremos que apelar a todo nuestro patriotismo y altura de miras para imponer una institucionalidad moderna, ágil, justa e inclusiva, pero a la vez severa con quienes pretendan destruirla.

 

Estoy seguro que ese Chile existe y que, finalmente, será el que vencerá al duro desafío de la hora actual.

 

Orlando Sáenz