Comunismo y derechos humanos

Un factor a considerar en el escenario político chileno es el exitoso y ya prolongado esfuerzo del Partido Comunista por adueñarse del estandarte de campeón en la defensa de los derechos humanos.  Como ese tema es muy sensible y actual para la opinión pública – tanto la nacional como la mundial – ese liderazgo tiene relevante importancia política.  

 

No obstante, es tan abruptamente contrastante la historia del comunismo en relación al atropello a los derechos humanos con su actual preocupación por ellos, que se impone el cuidadoso análisis de los motivos que puede tener para luchar por un liderazgo tan alejado de lo que ha sido su doctrina y su praxis.

 

Si le preguntamos a Internet cuales han sido los genocidios más grandes que registra la historia de la humanidad, nos encontramos que la horrenda palma se la lleva el régimen comunista de Mao Zedong que le costó la vida a 75 millones de chinos y que el “placé” en esa infernal carrera se la adjudicó el régimen comunista de la URSS bajo Josif Stalin, que se llevó a la tumba a 35 millones de ciudadanos soviéticos.  Como cuando ocurrían esos horrores los dirigentes comunistas chilenos los vivieron muy de cerca y nadie les escuchó ni la sombra de un reclamo, es lícito preguntarse qué es lo que puede explicar el inconmensurable abismo que hay entre el silencio de entonces y sus alharacas de hoy día.

 

Extremando la ingenuidad y la benevolencia, se podría pensar que entre ese tenebroso pasado y la sensibilidad actual ha ocurrido un sincero cambio de actitud frente a este asunto en los jóvenes comunistas de nuestra generación.  Pero su decidida adhesión al silencio de entonces cuando se trata de lo que hoy ocurre en lugares como Venezuela, Nicaragua y todos los ámbitos en que la doctrina marxista - leninista campea, torna totalmente desechable tal hipótesis.  Peor aún, el mismo análisis obliga a desechar la    sinceridad de la vocación democrática de un partido cuya historia no refleja otra cosa que el desprecio hacia esa forma de gobierno.

 

Extremando el rigor, se podría pensar que el silencio en todos los casos señalados fue y es producto de la prudencia y la conveniencia, porque cualquier crítica habría provocado la ira de estructuras de las que el PC chileno recibía ayudas y financiamientos.  Pero esa hipótesis tampoco resiste análisis porque la falta de crítica también se extendió a insignes violadores de derechos humanos como las FARC, Sendero Luminoso y otros movimientos terroristas de ese jaez.

 

Por otra parte, la historia local del PC en la política chilena es coherente con el silencio culposo en los casos que hemos señalado.  El partido ha sido, en tres ocasiones, parte integrante de gobiernos chilenos y en los tres casos su influencia fue muy relevante: en el caso del Frente Popular, terminó expulsado y con la Ley de Defensa de la Democracia a cuestas porque se comprobó que buscaba desestabilizar al propio régimen de que formaba parte; en el caso de la Unidad Popular su búsqueda de radicalización terminó provocando una dictadura militar de 16 años; en el caso de la Nueva Mayoría, su política condujo, como ninguna otra, a la peor derrota electoral de la centro - izquierda en casi un siglo y, por cierto, al colapso de dicha coalición.  Ahora, como si todo eso no fuera nada, su acción se concentra en los esfuerzos por ser admitido en actos de homenaje y recuerdo a un plebiscito que posibilitó la derrota de la dictadura militar cuando todos sabemos que no solo no participó, si no que hizo todo lo posible por imponer su camino de resistencia armada. 

 

Llegados a este punto, la pregunta pertinente es ¿por qué el PC usurpa banderas tan trasparentemente hipócritas, con los riesgos consiguientes? Y de inmediato surgen dos motivos muy poderosos y reveladores.  Hubo una época en que los votantes chilenos apoyaban al PC en proporción de uno de cada cuatro o cinco y era el Partido Comunista más poderoso fuera de la Cortina de Hierro.  Hoy su apoyo es de un votante de cada veintitres y, por tanto, necesita causas populares para evitar su final extinción.  Y los riesgos no le importan porque busca crecer en sectores que no tienen la capacidad de análisis para trasparentar su falsedad y su oportunismo.  La otra causal es el menoscabo de las Fuerzas Armadas para inhibirlas perpetuamente de toda nueva intervención que irrevocablemente lo veta. 

 

Con todos esos antecedentes a la vista se imponen tres conclusiones: los clamores comunistas en pro del respeto a los derechos humanos no tienen en ellos ningún fundamento ético y son solo cuestión de conveniencia; su actuación dentro de un sistema democrático no es más que una refinada hipocresía; si alguna vez tuviera un poder similar al que tuvo la dictadura militar, sus violaciones de derechos humanos harían parecer un chiste a los perpetrados por ella.

 

Con todo, no se puede perder de vista un factor que hace posible que, con convencimiento, exista el individuo que respeta discriminadamente los derechos humanos.  Ese factor es el carácter de doctrina integral que ostenta el comunismo, y que lo hace mucho más semejante a una religión que a un mero movimiento político.  El marxismo postula un “hombre nuevo” para la sociedad socialista y esto implica que su doctrina es totalitaria, en el sentido que abarca todos los aspectos del comportamiento humano.  Para esa doctrina, el ser humano no es más que aquel que ha experimentado esa mutación y, por tanto, es el único que tiene derechos humanos.  Los otros no los tienen porque, extremando esa concepción, no son seres humanos.  Es el mismo razonamiento que justificó las Cruzadas que fueron a matar “infieles” a la Tierra Santa y convirtió a la Inquisición en instrumento válido del estado y cuya misión era quemar a los infieles.  Para los comunistas verdaderamente imbuidos en esa doctrina, es posible ser sinceros aplaudiendo a Mao y Stalin, a Maduro y Ortega, mientras se condena a Pinochet.  Lo malo está en que si eso los justica, los hace más ponzoñosos que la propia historia.    

 

Orlando Sáenz