Acreedores del imperio: así nos paga Donald Trump

La historia de Estados Unidos registra su participación en muchos conflictos  bélicos en todas las épocas, en todos los continentes y en todas las  circunstancias. Lo que no registra es conflictos bélicos en que Estados Unidos  haya sido el primer agresor, puesto que siempre ha tomado las armas a causa  de alguna provocación ostensible. Ello se debe a que sus principios éticos han  modelado un pueblo esencialmente pacifista de modo que los conflictos los  asume siempre como una penosa obligación motivada por una amenaza sobre  su estabilidad o su existencia misma. Es por eso también que cuando Bush hijo  quiso atacar a Irak, tuvo que montar todo un escenario de arsenal de armas de  exterminio masivo para esgrimir un peligro nacional que en realidad no existía.  Lo que estamos viendo ahora es a otro presidente de Estados Unidos, el Sr.  Donald Trump que se dedico cuatro años a convencer a los norteamericanos  de que estaban siendo agredidos económicamente por gran parte del mundo  externo a través de injustos términos de comercio bilateral. Mediante esa  convicción, ha logrado acumular un enorme poder para desatar lo que puede  ser una catastrófica guerra arancelaria cuyas consecuencias ultimas son  impredecibles.


Lo más increíble de la situación es que se sienta económicamente agredido la  mayoría de un pueblo que, como el norteamericano, le debe su bienestar casi  exclusivamente a su privilegiada situación dentro del orden económico  mundial imperante tras el termino de la segunda guerra mundial. Basta un  lápiz y un papel para demostrar, con la ayuda de una buena memoria, que si  hay un deudor económico en el mundo es precisamente Estados Unidos que  jamás podría pagar la parte de su bienestar que se debe a los términos de  intercambio con el resto del mundo. Y eso es lo que pretendo hacer en lo que  sigue.


Tras finalizar la segunda guerra mundial se realizó una asamblea internacional  en Bretton Woods (1944) en la que se acordaron las reglas del comercio  internacional una vez finalizado el conflicto. En esa conferencia se acordó que  los medios de pago entre naciones serían el dólar norteamericano y la libra  esterlina inglesa, obligadas, eso si a mantener relaciones de intercambio del  siguiente tipo: 4,2 dólares equivaldrían a una libra esterlina y 35 dólares sería  el precio de una onza troy de oro (32,5 gramos) los privilegiados se  comprometían a mantener una reserva de oro de modo tal que siempre se  pudiera entregar el metal a quienes lo reclamaran con esa equivalencia  establecida. 


El sistema no tardó en mostrarse imposible, porque la libra nunca pudo  competir con el dólar en cuanto a preferencias y porque el crecimiento del  intercambio internacional hizo físicamente imposible el respaldo en oro de los  montos transados. La primera en aprovechar esa debilidad fue Francia que,  en un momento dado y bajo el gobierno De Gaulle, decidió convertir en oro  toda la reserva de dólares que entonces tenía, lo que le hizo patente en  Estados Unidos que el sistema era insostenible de modo que, unilateralmente,  decreto la inconvertibilidad y desde entonces el dólar quedo libre de  equivalencias. Hoy día, la onza troy de oro vale más de 3.200 dólares, de modo  que si calculáramos conforme a su precio la devaluación sufrida por el dólar  tendríamos que comparar 35 con 3.200 o sea que el poder adquisitivo de un  dólar hoy día es menos de un centavo del que esa moneda tenía en 1944.
Estoy plenamente consciente que usar el oro como padrón para medir el  envilecimiento del dólar en 81 años es equivocado e injusto porque en el alza  del precio del oro han tenido fundamental importancia su escases y su valor  de refugio de los ultraconservadores, pero la aterradora comparación sirve  para darse cuenta de que el estándar de vida norteamericano se ha  sustentado artificialmente por la capacidad del país de ser el único que puede  emitir un medio de pago universal. Y lo ha hecho, abusando de él, mediante  el anual incremento del déficit fiscal financiado con la emisión virtual de  moneda en forma de pagares soberanos. Hoy la deuda pública de país alcanza  cifras tan vertiginosas que ya nadie se preocupa de leerlas ni de tomarlas en  cuanta porque sabe que son impagables. Pero sirven para cuantificar lo que  le debe Estados Unidos al resto del mundo que ahora, en la increíble retorica  de Trump, se siente victima de sus victimarios. 


Lo ocurrido es especialmente aberrante y preocupante porque no es solo  Trump el que supuestamente es incapaz de enfrentar esa realidad, si no que  la mayoría que lo respalda también es incapaz del simple calculo que ahora he  ofrecido, si lo fuera, ya estaría en las calles impidiendo la locura de  desestabilizar un sistema económico de nivel global que es lo que le ha  permitido ser la primera potencia del mundo. Le guste o no oírlo a los  norteamericanos trumpistas, todos los del resto del mundo somos los que  hemos ayudado a financiar sus espectaculares logros como nación, somos los  que sostenemos a la NASA, al PENTAGONO, a la CIA y a todos los organismos  que hacen grandes a Estados Unidos, no somos sus deudores si no que sus  acreedores y por eso es tan injusto que vivamos sumidos en la incertidumbre  de lo que hará el hermano mayor convertido en verdugo.
Orlando Sáenz