La economía chilena enfrenta dificultades mucho más serias que las que el sector político se atreve a reconocer, ya sea por no ahondar el pesimismo reinante - en el caso del oficialismo - ya sea por disimular su irresponsabilidad legislativa - en el caso de la oposición. Muchas son las causas de las dificultades que están conduciendo a la crisis económica que más pronto que tarde se hará evidente, pero su efecto paralizante se concentra en dos grandes capítulos: el rápido oscurecimiento del escenario económico y comercial internacional, en primer término, y la perdida de la certeza jurídica, tributaria, laboral y previsional que es imprescindible para decidirse a emprender.
El cambio en el rumbo de la economía mundial, fruto esencialmente del errático derrotero impuesto por el gobierno de Donald Trump al comportamiento internacional de Estados Unidos, es muy grave para Chile porque afecta al postulado básico de la estrategia exportadora que le ha permitido un espectacular desarrollo en las últimas décadas y porque es muy poco lo que puede el país hacer para corregir esa marcha hacia la recesión global.
No es un misterio para nadie que la estrategia chilena para convertirse en un país desarrollado supone un mundo en paz, un mercado abierto y globalizado, financieramente estable y sin grandes fronteras ideológicas. En suma, un escenario mundial como el que pareció a punto de consolidarse tras el final de la Guerra Fría y el derrumbe de la Unión Soviética. En esa “pax americana” Chile se convirtió en un gran exportador en la línea de los sectores en que tiene ventajas comparativas y para ello pagó el precio de abrir decididamente su propia economía y dejar de lado todos sus antiguos prejuicios ideológicos. Y, con esa estrategia, logró éxitos tan espectaculares como para convertirse en ejemplo de lo que debía hacer un país pequeño y de modesto standard de vida para convertirse en un definitivo vencedor en la carrera por eliminar la extrema pobreza y alcanzar el estatus de país desarrollado.
Pero otros también aprendieron a fortalecerse en la “pax americana”, especialmente la colosal China, y esto ha inquietado de tal modo a Estados Unidos que, sin medir consecuencias, ha comenzado a demoler el orden mundial que él mismo creó y para ello ha iniciado un nuevo y extraño modelo de Guerra Fría en que, por el momento, los proyectiles son amenazas, aranceles y abandono de organizaciones internacionales, pero que, como todo jugar con fuego, puede fácilmente degenerar en conflictos mayores y más con convencionales. Y, desde luego, ya tiene ominosas consecuencias en el comercio y los mercados internacionales.
No puede caber duda que el nuevo escenario internacional coloca a Chile en la primera fila de los damnificados. No solo porque amenaza su mercado exportador, especialmente el de su mayor producto que es el cobre, sino porque la enorme liberalización de su mercado financiero lo hace especialmente vulnerable a las fugas de capital y a la desvalorización de sus activos, como ya es manifiesto.
Es muy poco lo que el país puede hacer en lo tocante a la restauración de un orden mundial de nuevo favorable para el éxito de su estrategia desarrollista. Pero es mucho lo que podría hacer para prepararse para sortear el difícil periodo que tome el regreso a la sensatez que es muy probable llegue con el fin de la era Trump. Porque, indudablemente, eso se puede lograr con un gigantesco esfuerzo para desarrollar nuevos mercados y para crear nuevas fuentes productivas en nuestro suelo. Para lograrlo se requeriría una política exterior más activa y una legislación que restaurase la certeza de varios tipos sin las cuales es imposible levantar la decaída inversión productiva. Pero, si bien es alentador saber que la curación de un mal depende de uno mismo, esto puede ser solo una ilusión porque ¿es capaz el estado chileno, en las condiciones en que hoy está, de asumir la tarea de ordenarse para generar un escenario económico que incentive verdaderamente la inversión productiva nacional y extranjera? Y, si la respuesta es negativa ¿se trata de una incapacidad circunstancial o es ya sistémica?
Todos quisiéramos que la parálisis gubernamental sea solo el efecto de un gobierno indeciso enfrentado a una oposición que no tiene más aglutinante que lo negativo y que desgraciadamente controla al parlamento con el coeficiente intelectual más bajo de la historia. Pero ya no somos pocos los que en verdad creemos que lo que ocurre en Chile es solo la expresión local de la incapacidad del sistema democrático de grandes partidos para enfrentar las demandas sociales tal como se expresan en la era de las comunicaciones instantáneas. La democracia liberal, tal como la conocemos, está diseñada para funcionar con grandes corrientes de opinión capaces de amplios consensos. Las redes sociales con su enorme capacidad para subdividir a la ciudadanía en una multiplicidad de causas particulares, ha destruido la capacidad de formación de las grandes mayorías y su inmediata consecuencia es la inutilización de los parlamentos en su capacidad para legislar sensatamente.
No, no es casualidad que casi todos los países de esta región se deslicen simultáneamente hacia el caos político, ni es casualidad que nunca la ciudadanía haya estado más acerbamente dividida que ahora en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, España, etc. Es la manifestación de una falla sistémica que padece los dolores de parto de una gran transformación. Pero, como mal de muchos es solo consuelo de tontos, bien haremos extremando esfuerzos para sacar al país del marasmo económico que ya lo afecta. Deberemos hacerlo mientras nuestro parlamento divaga sobre la formula comunista de producir más trabajando menos, lo que es una ejemplar demostración de la falla sistémica que tememos. Deberemos hacerlo a conciencia de que se puede y de que no podemos contar con la ayuda del mundo político ya archi fracasado como conductor de un proceso de profundos cambios estructurales que exceden a sus capacidades. Ya una vez el país tuvo que encontrar sustitutos a los poderes formales ya ineficaces. Parece aproximarse el tiempo en que habrá que hacerlo para evitar el caos.
Orlando Sáenz